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  • Ludwig V. Burkes

Por qué La Élite conquistó el mundo: tecnocracia

Actualizado: 21 dic 2021


Ver documental de James Corbett "Why Big Oil Conquered the World: Part III" subtitulado en español ...


En las entradas anteriores hemos visto cómo se forma una élite estructurada en círculos alrededor de las fortunas de Cecil Rhodes y Nathaniel Rothschild, bajo la dirección de Alfred Milner, con el fin de perdurar en el tiempo y extender por toda la tierra el Imperio Británico. Es la “Secret Society” y sus “Mesas Redondas”.



Ese imperio pasaría por la destrucción de Alemania, principal competidor, y la reincorporación al imperio de Estados Unidos. Dado que la idea de los imperios cae en desgracia el proyecto va mutando a formas más vendibles como la Comnmon Wealth, Las Naciones Unidas, La Unión Europea, etc. Aquí, seguro que salta alguno diciendo: “¡espera, Gran Bretaña se ha salido de la Unión Europea”! Bueno, a la élite no le sale todo perfecto y, además, intentó por todos los medios que el Brexit no se produjera.


Hemos visto cómo la élite conquistó el mundo a través del petróleo.



La cuestión más interesante es el porqué de esa conquista. ¿Para qué hacerse con el monopolio del petróleo? La respuesta inmediata es “para ganar mucho dinero”. Sí, sí, claro, pero ¿Para qué quieren ganar mucho dinero? Ya aquí, la cosa no es tan obvia. Hay gente para la que el dinero es una marca, una puntuación y quieren ver ese número crecer todo lo posible. Son personas por lo general muy frugales, obsesas con no gastar. La mayoría de la gente “pobre” quiere ganar mucho dinero para no tener problemas, para no tener que perder horas de sueño pensando en cómo van a pagar sus gastos normales. La gente acomodada quiere ganar mucho dinero para hacer cosas: viajar, comprarse propiedades, hacer actividades caras, etc. Pero aquellos que llevan muchas generaciones teniendo mucho más dinero del necesario para hacer todo esto ¿qué quieren?


Para entender esta última pregunta, James Corbett empieza analizando la historia de la eugenesia.



Luego sigue con el estudio del cuento climático.



Y termina con un capítulo sobre la revisión histórica de la tecnocracia que se muestra subtitulado al español en el vídeo vinculado en la imagen de arriba.


Empieza con la presentación de Marion King Hubbert y su teoría del pico del petróleo. Según este señor, para el 2020 no quedaría petróleo en el planeta(1). De cara a los oiligarcas, estas predicciones eran la mar de convenientes, puesto que les permitían crear una falsa carestía y su consiguiente inflación de precios del petróleo. Además, esas predicciones catastrofistas son ideales para infundir en el público la necesidad de hacer cambios drásticos en su forma de vida(3).


Pero la relevancia de Marion King Hubbert en este capítulo no se debe a su teoría del pico de petróleo sino a su gran contribución al desarrollo de la tecnocracia con su libro “Curso de Estudio de Tecnocracia”.


Para muchos españoles de mi generación, la tecnocracia es el gobierno asistido por los técnicos, generalmente ingenieros. Eso fue, quizás, lo que ocurrió en el franquismo tardío. Sin duda, puesto a tener un gobierno, que éste esté constituidos por personas educadas y con experiencia profesional es, seguramente, preferible a lo que tenemos hoy, al menos en España: políticos profesionales para los que la realidad ha de ajustarse a su discurso y no al contrario, como sugiere la lógica. Pero esto no es la tecnocracia. La tecnocracia es el gobierno de la tecnología. Obviamente, al igual que la democracia es teóricamente el gobierno del pueblo, pero en la práctica es el gobierno de unos pocos erigidos como representantes del pueblo, la tecnocracia solo puede ser el gobierno de unos tecnócratas, puesto que ni el “pueblo” ni la “tecnología” son sujetos capaces de gobernar.


Siempre digo que para entender cualquier asunto ser humano hay que irse a sus orígenes. Al igual que un embrión tiene una estructura mucho más simple que el individuo adulto, en los orígenes de cualquier movimiento social, sus promotores no han sufrido aun los reveses de la oposición y son mucho más francos exponiendo los motivos y las formas. Cualquiera que vea las imágenes de los tecnócratas iniciales tendrá la sensación de que estos eran unos “nazis” y no se equivocaría.


Arvid Peterson, uno de los primeros promotores de la tecnocracia, nos dice que ésta no es ni política, ni financiera, ni filosófica, ni legal, ni religiosa ni moral. ¿Entonces qué es? Está claro que no es nada que interese a los hombres. Es un sistema diseñado para resolver sudokus matemáticos. Como mucho, siendo optimistas, podría resolver algunos problemas materiales del ser humano, pero cualquiera que tenga algo de alma, de corazón, sabe que estos no son nuestros principales problemas. El concepto de pobreza material es algo muy subjetivo que varía según la persona, el lugar y el tiempo.


Por casposo e infantil que pueda resultar la idea de la tecnocracia viendo a sus promotores actuar y hablar, en la actualidad sigue estando muy vigente en la mente de muchos ingenieros. No hace mucho tuve la ocasión de escuchar de los labios de un reputado profesor de la Escuela de Ingenieros de Sevilla, que en las últimas dos décadas ha ostentado altos cargos en la política regional y nacional española, así como en una empresa energética, que había visto cómo en Harvard estudiaban la aplicación de la ciencia a la política y que estaba deseoso de importar esos conocimientos a nuestro país. Me lo decía personalmente a mí. Procuré que no se me notara el escalofrío que recorrió mi espalda al traerme a la mente el nazismo, el comunismo y sus pretendidas políticas científicas. Los ingenieros, acostumbrados a resolver problemas prácticos aplicando procedimientos sencillos se creen capacitados para resolver cualquier problema de cualquier índole.


Los tecnócratas, como tantos otros pensadores, caen en la trampa de creer entender en qué radica el valor de las cosas. Ellos piensan que la energía necesaria para producirlas es una medida de su valor. En cierto modo, es el mismo error que llevó a Adam Smith, y luego a su discípulo David Ricardo a creer que el valor de las cosas radica en el trabajo, es decir la energía, invertido en su obtención. Esta simpleza es la que hace a Smith precursor del marxismo, una de las peores lacras que aun asola a la humanidad. El valor de las cosas es completamente subjetivo, depende muy mucho de la persona concreta que valora dicha cosa. Esto es lo que permite el intercambio. La mayoría de los economistas, empezando por Aristóteles, consideran que dos personas intercambian cosas cuando las dos personas dan el mismo valor a esas dos cosas. Esto, aparte de ser estadísticamente imposible, es humanamente absurdo, puesto que el universal principio de cautela nos llevaría a quedarnos con lo que ya tenemos puesto que vale igual y lo conocemos. Como enseña la Escuela Austríaca de Economía, cuyos orígenes podrían remontarse a la Universidad de Salamanca del siglo XVI, para que se produzca el intercambio es necesario que cada uno valore suficientemente más la cosa del otro que la suya propia, con objeto de compensar el riesgo y trabajo que conlleva el propio intercambio. Esta doble desigualdad hace a la economía intratable a través de las matemáticas, y por tanto, a través de la tecnología.


En sus orígenes, la tecnocracia levanta el vuelo de la mano de un “ingeniero bohemio” llamado Howard Scott, causando sensación en las clases estudiadas al conseguir que la Universidad de Columbia apoyase al movimiento. Muchos renombrados profesores de aquella época pasaron a engrosar las filas de la tecnocracia activa y la Universidad de Columbia cedió unos sótanos para que estos trabajaran allí. Llamativa es la causa del primer revés serio que sufre la tecnocracia. Un periodista termina descubriendo que Scott no tiene el título de ingeniero y la Universidad desmantela el chiringuito ipso facto. Nadie, entre sesudos científicos, matemáticos, ingenieros, notó nada interactuando con él. A nadie le parecieron absurdas sus ideas. Pero todo se vino abajo cuando vieron que Scott no tenía un papel. Es el mundo de las Universidades ¿qué se le va a hacer?


M. K. Hubbert en su “Curso de Estudio de Tecnocracia” expuso los puntos exactos que deberían cumplirse para que la tecnocracia funcionase:


1. Cálculo y registro continuo e instantáneo de todo el consumo energético y todos los gastos de los consumidores en todo el país.

2. Un inventario 24 horas al día, 7 días a la semana de toda la producción y el consumo.

3. Un registro completo de todos los productos disponibles para la venta, dónde se produjeron, cuánta energía se gastó en su producción y dónde y cuándo se vendieron.

4. Un "registro específico del consumo de cada individuo, más un registro y descripción del individuo".


Imaginar estos objetivos en aquellos años es delirante, sin duda, pero ¿lo sigue siendo hoy en día? ¿De qué cree usted que va el Internet de las cosas y la 5G?


Se siente uno ridículo cuando piensa cuánto nos preocupamos, aparentemente al menos, por la privacidad de nuestros datos y a la vez se da cuenta de cómo nos están monitorizando en tiempo real por múltiples sitios: móviles, GPS, tarjetas de crédito, cuentas de google, amazon, y otros, telecontadores de luz, agua, gas, tarjetas de fidelización, etc.

Sin duda alguna, el sueño de los tecnócratas de poder calcular el gasto energético de cada artículo comercial es ya factible pero con este sistema de valoración de las cosas ¿cómo se le asigna el precio a un violín, a un libro, a un cuadro, a un consejo profesional?


Al igual que le pasó a la eugenesia, la tecnocracia, con sus evidentes tintes totalitarios (saludos y uniformes militares, por ejemplo), hizo un discreto mutis por el foro del escenario público pero siguió trabajando tras bambalinas para los oiligarcas. El consumo de energía se disfrazó de ecologista como “huella de carbono”.


Similarmente, como le pasa al movimiento contra el cambio climático, el tecnocrático coste del carbono parece estar dirigido contra los oiligarcas pero en realidad no es más que una artimaña pergeñada por ellos mismos. En una comisión de investigación del Congreso Americano, se puso en evidencia que el sistema de “cap and trade” se pensó en una reunión de un ejecutivo de la petrolera Enron con el también petrolero Al Gore, entonces vicepresidente de EEUU. En la vida real, cuando vemos que alguien nos ofrece algo en unas condiciones que aparentemente le perjudican, rápidamente sospechamos que hay gato encerrado. Nadie vende duros a cuatro pesetas, ni nadie con el mango de la sartén en su mano se vierte deliberadamente el aceite hirviendo sobre su cabeza ¿verdad? Pero en política, y mucho más en geopolítica, este sentido común parece desactivarse. Justo donde más nos haría falta.




Por cierto, una pequeña maldad. No puedo evitar acordarme con melancolía del Oso Yogui cuando veo y escucho las declaraciones de Al Gore a las que pertenece la captura de arriba. Lo cierto es que no me termino de decidir si encarna más a Yogui o a Bubu.


Dicho sea de paso, la compañía Enron se vio envuelta en uno de los mayores escándalos contables de la historia de Estados Unidos, llevándola a la ruina junto a Arthur Andersen, y los papeles que la acusaban se encontraban en el edificio World Trade Center 7, que se desplomó, siguiendo un claro patrón de demolición controlada, en la tarde del 11 de septiembre de 2001 tras arder ligeramente durante unas horas sin que avión alguno lo hubiese tocado. Es el único rascacielos metálico que haya colapsado por fuego jamás. También es casualidad ¿verdad?


Como ya expuse en mis entradas “La extraordinaria belleza del Diablo”(4), la maldad se nos presenta siempre como algo muy atractivo, y no podía ser de otra forma con uno de los productos estrellas de la tecnocracia: “Las ciudades inteligentes”. Como veremos en una entrada posterior, todo lo relacionado con el “desarrollo sostenible” es un caramelo envenenado destinado a narcotizarnos y llevarnos a la más absoluta de las esclavitudes.

La mejor manera de gestionar los recursos comunes es eliminándolos. Quiero decir individualizándolos. En vez de vivir en edificios vivir en casas. En vez de tener un suministro general de agua, electricidad, gas, etc., que cada casa tenga sus aljibes, generadores eléctricos, depósitos de gas, que llenarían una vez cada uno o dos años comprando a una red tupida de suministradores pequeños. Hace unos 15 años, cuando tenía que ir con frecuencia a Jimena de La Frontera a por mi hija, solía parar en una venta de la carretera Las Cabezas-Villamartín. Se llamaba “Los Cazadores”. Esta venta no tenía suministro de electricidad de la red y la tenía que generar con unos grupos electrógenos de gasoil. Un día le pregunté al dueño por el tema, comentándole que debería salir carísimo. Me quedé muy sorprendido cuando me dijo que ni mucho menos. Él tenía otro bar en el pueblo (Espera) con una potencia instalada ligeramente inferior a aquella venta y gastaba más dinero en electricidad en el bar que en la venta. Nuevamente “soluciones individuales siempre antes que colectivas”.


Pero todo lo “smart”, “sostenible” no es sino un embellecimiento de la zahúrda para que nosotros, los guarros, entremos convencidos y vivamos perennemente en ella sin quejarnos, mientras los oiligarcas se quedan con todos los recursos del planeta y deciden nuestra muerte.


El porqué de la conquista del planeta no es otro que el control. La eugenesia es para el control de la población, de su número y calidad. La lucha contra el cambio climático es para controlar el territorio y sus recursos. La tecnocracia es para controlar las vidas de los pocos a los que permitan vivir.


A los que tienen todo el dinero del mundo, con el que pueden comprar todos los placeres materiales imaginables, solo les divierte el control, y nos lo dicen a la cara constantemente. La cuestión es: ¿Qué vamos a hacer al respecto?


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(1) Según Bejorn Lomborg, al ritmo actual de consumo de petróleo, quedarían reservas para más de 5.000 años. “The Skeptical Environmentalist. Measuring the Real State of the World”, Pag. 128.


(2) Cuando yo cursaba 1º de ingenieros (1981), nuestro catedrático de física nos dio una charla catastrofista en la que nos contaba este asunto del agotamiento inminente de las reservas de petróleo. Esto ayudó decididamente a que me hiciese una idea tan pesimista de la vida que nos esperaba que decidí no tener hijos para ahorrarles el infierno que sería un mundo a lo Mad Max. Con el tiempo cambiaron mis circunstancias y mi parecer, y nació mi hija. Por desgracia, al final no parece que aquella idea fuera tan descabellada, aunque no precisamente porque el petróleo se esté acabando. Mi hija es más que posible que no viva el mundo de Mad Max pero puede que si viva, si sobrevive al genocidio, una mezcla de “Un Mundo Feliz” y de “1984” (“A New Brave World”, Aldous Huxley y “1984”, George Orwell).


(3) Esas predicciones de reservas de petróleo se basaban en modelos numéricos, como casi todo lo que hace hoy en día la ciencia y la ingeniería. El pensamiento es en sí una simplificación bárbara de la realidad. Para pensar tenemos que manejar modelos simples de aquello que estamos pensando. La ciencia no escapa a esta necesidad. Las simulaciones informáticas de la realidad no son más que resoluciones de sistemas de ecuaciones complicadas usando unos datos iniciales y unas condiciones en los contornos que simulan la acción del resto del universo sobre nuestro sistema a lo largo del estudio. La potencia informática puede incorporar más ecuaciones cada vez más complicadas, y un mayor número de elementos en el sistema, pero no puede eliminar la simplificación inherente en todo modelo matemático y el desconocimiento de los datos iniciales y de contorno.


Para el estudio de ciertas magnitudes físicas y químicas (temperatura, posición de puntos, velocidad, aceleración, carga eléctrica, etc.) de un sistema material real, sustituimos éste por modelo matemático consistente unas ecuaciones matemáticas que relacionan entre sí esas variables y unas propiedades “físicas” que cuantifican la intensidad de esas relaciones (densidad, conductividad eléctrica, módulo de elasticidad, etc.). El estudio está limitado en el tiempo, debiendo comenzar en un determinado instante, y en el espacio, teniendo un contorno que lo delimita del resto del universo. Necesariamente debemos conocer los datos de partida, a los que llamamos condiciones iniciales, y los datos del contorno durante todo el tiempo de estudio. El sistema real lo podremos concebir como un continuo infinito de puntos, resultando unas ecuaciones dependientes de la posición de los puntos y del tiempo, o como un conjunto finito de puntos, resultando un sistema de ecuaciones de las variables de cada punto, teniendo luego que interpolar valores para los demás puntos. Los estudiantes de física casi siempre olvidan que los sistemas físicos que estudian, cuyas ecuaciones se conocen hace mucho tiempo, son sistemas ideales, y por lo tanto simplificaciones. A pesar de ello estas ecuaciones son matemáticamente complejas y no se pueden resolver a mano salvo para casos muy sencillos. Así que hasta la irrupción de los ordenadores, para el estudio de sistemas reales había que hacer dos grandes simplificaciones: una, asemejar la geometría y propiedades reales a unas mucho más simples; y otra, emplear un modelo matemático simple para su estudio. El desarrollo vertiginoso de la informática nos ha permitido, por un lado resolver numéricamente las ecuaciones y por otro plantear geometrías y propiedades más complejas. Esto no has ha dado la sensación de que podemos estudiar la realidad con los ordenadores, pero todas las simplificaciones, amén de los errores introducidos por los métodos de resolución numérica y el desconocimiento de los datos fundamentales, singuen estando presentes. Los modelos numéricos funcionan bien en sistemas físicos relativamente simples donde nosotros forzamos su funcionamiento de una determinada forma (máquinas, estructuras, procesos industriales, etc.), pero de los sistemas biológicos y sociales, infinitamente más complicados que los mecánicos, ni siquiera conocemos las ecuaciones, o, peor aún, éstas ni siquiera existen. Por desgracia, los biólogos, sociólogos y demás, acomplejados frente a físicos e ingenieros, han caído en la estupidez de la metromanía o cuantofrenia que gobierna todo el mundo académico hoy en día.




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