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  • Ludwig V. Burkes

De cómo la canalla se hizo con el control del mundo



No hace mucho que yo me engañaba a mí mismo pensando que las conspiraciones en asuntos que involucran a mucha gente no eran posibles porque si algo hay difícil en esta vida es poner de acuerdo a la gente, incluso para los asuntos más triviales.


Pero ahora he aprendido que poner de acuerdo a mucha gente es muy fácil y la clave está en los incentivos. Lo ilustraré con un caso muy típico en la enseñanza. Tenemos que fijar la fecha de un examen por la razón que sea. Se les pregunta a los alumnos y estos son incapaces de llegar a un acuerdo. En las fechas propuestas unos tienen que ir a casa por asuntos familiares importantes. Otros tienen cerca otros exámenes. Alguno que otro tiene cita con su médico y así todo. ¿Qué pasaría si entonces yo, como profesor, digo lo siguiente? Ustedes pueden poner el examen cuando lo crean oportuno, pero si fuese el sábado 24 por la mañana, a los que se presenten yo les subo la nota un punto y medio. ¿Cuál cree que va a ser el resultado? Los asuntos familiares se resuelven de pronto. La cita con el médico, mira por dónde, me la han cambiado. Para las otras asignaturas se encuentra tiempo donde antes no lo había, y a la novia se le dice que un examen es mucho más importante que la fiesta de cumpleaños de su amiga. Un buen incentivo hace que la gente se ponga de acuerdo sin siquiera hablar entre ellos. Por supuesto qué mejor incentivo que el dinero.


Muchos se preguntarán que habiendo tantísimos “investigadores” en las universidades del mundo cómo es que todos están de acuerdo en asuntos como el cambio climático antropogénico, la caída de las Torres Gemelas por el choque de aviones, y cosas así, si no fueran verdad. Nuevamente hay que ver para dónde fluye el dinero. Los profesores de Universidad sufren varias tácticas de distracción y atracción. Por un lado se les atiborra de trabajo burocrático relacionado con la docencia. Cada vez son más las horas destinadas a conseguir y mantener los “sellitos” de calidad cuando, no tan paradójicamente como pudiera parecer, la calidad de aprendizaje de los alumnos cae en picado. Para poder medrar en la pirámide académica hay que publicar sí o sí. Para poder publicar hay que tener dinero para equipos y personal, y esto se consigue con “Proyectos de Investigación” financiados, directa o indirectamente por el Estado. Estos proyectos demandan mucho tiempo de trabajo burocrático que se suma al docente. Por otro lado, las líneas de investigación están previamente definidas por los organismos financiadores, con lo que, controlando a estos pocos organismos, interdependientes entre sí para más inri, se controla toda la investigación del país. Además, estos proyectos tienen el aliciente de proveer a la clase académica de ingresos extras nada despreciables, con lo que miel sobre hojuelas. Es decir, que el sistema, controlado por unos pocos, le quita el tiempo para pensar en otras cosas y le da el dinerito que necesita al investigador de manera que éste se vuelve un corderito inofensivo para el sistema. Follow the money.


Ya vimos en la entrada anterior “El comienzo del asalto final: otro Nuevo Orden Mundial” como la vasta fortuna de Cecil Rhodes y Nathaniel Rothschild es capaz de organizar una carnicería tan descomunal como la 1ª Guerra Mundial para eliminar a Alemania de la competencia por el gobierno del mundo, pero llegar a implementar ese gobierno planetario requiere fortunas mucho mayores. De hecho, no solo requiere el control sobre el dinero, sino sobre los recursos, materiales y no materiales, en sí: energía, alimentación, enseñanza, sanidad, etc.


James Corbett nos cuenta magistralmente cómo fue ese proceso de asalto a los recursos del mundo por La Canalla. La clave estuvo en el petróleo, material maravilloso donde los haya, que irrumpe de pronto en nuestras vidas haciéndose imprescindible para todo. Él a estos canallas los llama ingeniosamente Oiligarcas(1).



Las cosas no tendrían por qué haber sido como han sido. En un mundo libre, sin posibilidad de establecer monopolios ni oligopolios, el petróleo no habría desbancado a las demás alternativas. Es cierto que el alcohol, las baterías eléctricas y otras fuentes de energía alternativas a los productos del petróleo son incapaces de abastecer la tremenda demanda mundial pero quién dice que un producto tiene que ser hegemónico para existir. El propio petróleo no tendría que estar en manos de un puñado de compañías. Habría miles, cientos de miles de pequeñas compañías suministrando sus productos. El que las refinerías sean mastodónticas no es una necesidad, yo diría incluso que es un gran inconveniente. Muchos dirán que en un mundo libre, John D. Rockefeller se habría hecho con el cuasi-monopolio del petróleo igualmente. Disiento, porque él se pudo hacer con ese monopolio de facto, gracias a otros monopolios de derecho, como los ferrocarriles. En un mundo libre, nada estaría coaccionado, y por tanto, limitado por la fuerza del Estado. Algunos liberales, defensores del Estado Mínimo(2), argumentan que Rockefeller se hizo con el monopolio del transporte porque optimizó el mismo usando vagones depósitos en vez de barriles y cosas como esas. De ser verdad, para que eso pueda funcionar es necesario la coacción del Estado para evitar que los demás sencillamente lo imiten. El pavoroso mundo de las patentes, al que tendremos que echar mucha cuenta en otras entradas.


Es muy llamativo cómo se hacen con el control de la enseñanza en los Estados Unidos de América, de la misma forma que en el resto del mundo: haciendo obligatoria la escolarización y regulando por ley la misma. Nos cuenta James cómo antes de la primera ley de enseñanza obligatoria en el estado de Massachusetts, la alfabetización era prácticamente el 100% y la gente en general leía libros como “Common Sense” de Thomas Paine. En este libro podemos leer cosas como:


Aunque hemos sido lo suficientemente sabios como para cerrar la puerta y echarle el cerrojo a la monarquía absoluta, al mismo tiempo, hemos sido lo suficientemente tontos como para poner en posesión de la corona la llave”(3).


Si el común de la gente leyese cosas como ésta, no cabe duda de que el mundo sería un sitio muy diferente. Ese pasaje es tremendamente pertinente en estos momentos, en los que vemos que nuestros derechos, supuestamente consagrados en la constitución y los tratados internacionales, son pisoteados porque la misma constitución le da al gobierno la llave del absolutismo: los estados de alarma y excepción. Si una alarma fuese real ¿haría falta que nos lo dijera el gobierno? Si realmente estuviésemos ante la presencia de un patógeno aéreo mortal de necesidad y fácil de encontrárselo por la calle ¿nos tendrían que obligar a quedarnos en casa? ¿A buscar la manera de que no nos entrase por la boca?


Visto que la inmensa mayoría de la gente que lee, que a su vez debe ser una minoría, prácticamente solo lee la prensa, no cabe más que afirmar que el homo sapiens debió de llegar a su culmen allá por mediados del siglo XIX en los campos y pueblos de Norte América. En estos momentos cuesta imaginar que aún nos merezcamos el apelativo de sapiens.


(1) Jugando con las palabras “Oil” (petróleo en inglés) y “Oligarca”.


(2) Como dice Jesús Huerta de Soto, el Estado Mínimo es una utopía. Todo Estado tiende de forma natural a crecer. Por otro lado ¿Qué significa mínimo? Por pequeño que sea siempre podría ser menor, por lo que la idea de Estado Mínimo desemboca necesariamente en el Estado Cero. Un servidor se define como anarquista de propiedad privada. Mi querido amigo Rafa, siendo él quien me introdujo en el mundo del liberalismo, trata de zafarse de ese nudo gordiano diciendo que él es defensor de “Menos Estado”. De ser posible esa idea, necesariamente tendría que llevar con el tiempo al “Estado Cero”, es decir al anarquismo.


(3) “…though we have been wise enough to shut and lock a door against absolute monarchy, we at the same time have been foolish enough to put the crown in possession of the key.”






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