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  • Ludwig V. Burkes

La señorita y el estornudador furtivo.

No sé si ya he contado que en dos ocasiones he tenido la oportunidad de ver cómo sendas personas se quitan rápidamente el tapaboca para poder estornudar y toser, con el agravante de no poder usar bien las manos para taparse la boca al estar éstas ocupadas con el puñetero bozal. Pues hoy, paseando, perdón, ejercitándome con mi bicicleta por las afueras del Parque María Luisa veo la siguiente escena. Un hombre de unos veinte y muchos, treinta y pocos años, con su barbijo se va a cruzar con una señorita también embozada. Ambos con ropa de gimnasia. Él tiene una pinta que encaja con una versión temprana, cuasi asintomática, del típico medio tonto callejero que tanto se veía por las ciudades andaluzas años atrás(1). Cuando están a punto de cruzarse, él se quita el bozal y tose repetidamente de manera escandalosa, yo diría que fingida, inclinándose hacia la joven. Ella, sorprendentemente, ni se inmuta. Fin de la escena.

Si el ataque de tos fue sincero, sería un caso más en mi lista de ejemplos de inutilidad práctica del barbijo. Si por el contrario, como tiendo a pensar yo, es un teatro, sería indicativo de cómo el distanciamiento social está afectando a las prácticas sexuales, sanas y perversas. El estornudo y la tos se han revalorizado pudiéndose recurrir a ellos como sucedáneos de la furtiva paja callejera.


(1) No es que ahora no los haya, sino que ahora, o yo no me fijo, o están todos recluidos, o están todos en el Parlamento, que es lo más probable.

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