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  • Ludwig V. Burkes

Iatrogenia con amor.

Actualizado: 1 mar 2022

Iatrogenia, el daño provocado por los propios médicos, es una palabra que desconocía por completo hace poco más de dos años y ahora está continuamente presente en mi mente. Desconocía la palabra que no el concepto, puesto que de siempre hemos usado el término “matasanos” para referirnos a los médicos iatrogénicos. En cualquier caso, lo que sí que es completamente nuevo es la conciencia de la gravedad y naturaleza del problema.


Por lo que a la gravedad se refiere, uno esperaría que los errores médicos fueran muy pocos, pero cuando toda esta estupidez y locura del “coronatimo” comenzó, me topé con varias fuentes que situaban a la iatrogenia como la tercera causa de muerte. Y digo de muerte pero muchísimos más son los casos de pacientes que quedan fastidiados, incluso de por vida. Como ejemplo de lo que digo, pueden ver esta página de IntraMed.



La propia OMS confiesa que los errores médicos son pandemia con 2.6 millones de personas pasaportadas al otro mundo cada año.



Pero hay quien incluso se atreve a afirmar que es la primera causa de muerte en el mundo, como hacen los doctores Gary Null y Dorothy Smith en su artículo Death by Medicine.


En lo que respecta a la naturaleza del problema, diré, que aunque en la definición de iatrogenia solo entran los errores involuntarios, en la actualidad estamos viendo a las claras cómo médicos y enfermeros cometen errores a sabiendas(1) escudándose en la obediencia debida a unas supuestas autoridades sanitarias. Para ellos estos errores, o mala praxis, son iatrogénicos, puesto que no es su voluntad cometerlos. Para nosotros, que tenemos claro que no existe la obediencia debida si de cometer un crimen se trata, y mucho menos a una inexistente autoridad sanitaria, ni son errores ni son iatrogénicos. Son asesinatos.


La iatrogenia ha dejado de ser un error para convertirse en un modus operandi, entre otras cosas, por la mentalidad servil de la comunidad universitaria, que incluye, por supuesto, a médicos y enfermeros. No debería extrañarme este servilismo de los universitarios ya que lo llevan en el nombre. La Universidad es lo opuesto de la Diversidad. Universo (unus versus) hace referencia a que todo gira (vertere) alrededor del centro como un todo. En la Universidad no cabe la diversidad. La comunidad universitaria ha de orbitar en perfecta formación alrededor del Sol que la ilumine con su dinero.


Seguramente me engañe pero podría decir que la universidad que yo conocí de jovencito difería mucho de ésta en la que peno ahora. Entonces había cada dos por tres huelgas, tanto de profesores como de alumnos. Para bien o para mal, los profesores hacían de su capa un sayo y eran auténticos reyes en sus clases. En la actualidad todo está casi perfectamente controlado hasta el punto, hace muy poco impensable, de que incluso tenemos cámaras en las aulas. Sí, sí, ya sé que se instalaron para poder dar las clases a distancia, pero ya están ahí y quién me dice a mí que no se usarán, o se están usando, para otras cosas. Las cámaras de vigilancia en las calles y sitios públicos eran para los ladrones ¿verdad? Pregúntele a los chinos.


Así que la medicina se ha vuelto esencialmente iatrogénica por su servilismo a la industria farmacéutica. El médico se ha convertido en un agente de ventas de la farmafia.


Siempre intento defender mis puntos de vistas con experiencias personales así que les contaré algo directamente relacionado con todo esto. Hace unos años en navidades, en tres ocasiones, tras una cena familiar o de trabajo, pasé la noche sin apenas dormir sintiendo fuertes y rápidas pulsaciones del corazón. Por lo pronto estaba bastante pasado de peso y decidí quitar quilos. Cuando ya había perdido más de cinco quilogramos fui a casa de una sobrina médico para comentarle la situación. Me tomó la tensión y dijo que estaba “altilla”. Me mandó unas pastillas, bisoprolol, y me pidió que volviera a las dos semanas. Así lo hice. Me volvió a tomar la tensión y esta vez dio un suspiro de alivio al ver que estaba bien. Le pregunté si la vez anterior había estado algo más que altilla y me dijo que la había tenido por las nubes, que no me había muerto de milagro. Como es normal, le pedí que me dijera por cuánto tiempo tenía que tomar las pastillas y, para mi sorpresa, me dijo que para toda la vida. ¿Cómo podía ser eso? ¿Para toda la vida?


El caso es que, por mucho que me extrañase y pesase, lo acepté. Después de todo ella es doctora en medicina y estoy seguro de que no me deseaba, ni me desea, el más mínimo mal. Esto de tener que tomar un medicamento por el resto de la vida, que se nos puede antojar como un ligero inconveniente, tiene más repercusión de lo que parece. Por aquella época aún tenía la ilusión de vivir en el extranjero por varios años y pensaba que si se daba la ocasión necesitaría un seguro privado. Por otro lado, dada mi estupidez congénita con las mujeres, varias agentes de seguros habían hecho su agosto conmigo y terminé teniendo pólizas que ni recuerdo. Al poco tiempo de estar tomando las pastillitas de marras, me visitó una de estas agentes para renovarme uno de los seguros. De forma rutinaria empezó a leerme el formulario prescriptivo llegando a la pregunta de ¿está usted tomando alguna medicina? Por inercia respondí que no, pero rápidamente corregí y dije que estaba tomando bisoprolol. La mujer paró súbitamente de escribir, me miró fijamente y me dijo ¡Vaya, pues eso lo cambia todo! Me temo que no puedo renovarte la póliza.


Hasta ahora he pensado que la reticencia de las aseguradoras a firmar pólizas a gente como yo se debía a que somos propensos a la tensión alta. Ahora me pregunto si, además de por eso, también se debe al propio consumo del fármaco. Me sentí atrapado entre los dientes del cepo estatal. A partir de entonces dependería del Estado para el cuidado de mi salud. En octubre de 2020, con lo que había aprendido sobre la farmafia, decidí que era hora de zafarme de la trampa y liberarme de las dichosas pastillitas. Establecí un plan de desintoxicación progresiva, eliminando de una en una las tomas diarias de pastillas dentro de la semana, hasta conseguir desembarazarme de ellas, cosa que ocurrió unos 220 días aproximadamente después de empezar el proceso.


Esta es la gráfica que resume las lecturas de tensión arterial desde pocos días antes de empezar hasta hoy, cuando llevo más de un año sin tomar las pastillas:



Cada escalón de la línea negra representa un día menos a la semana tomando la pastilla. Dos cosas saltan a la vista: la tensión arterial es todo menos constante y; no se ve cambio significativo durante todo el proceso.


Mirando más finamente, uno podría decir que la regresión lineal tiene una ligerísima pendiente positiva y que, por lo tanto es cuestión de tiempo que mi tensión suba a límites peligrosos. Pero si nos quedamos con la segunda mitad de la gráfica vemos lo siguiente:



¡Vualá! La tendencia es decreciente.


¿No debería de ser éste el normal proceder de un médico? No existe medicamento absolutamente seguro, y de siempre se ha sabido que el veneno está en la dosis, por lo que una de las obligaciones de los médicos debería ser, por pura prudencia, tratar de minimizar la medicación de sus pacientes. ¿Cómo se puede recetar un fármaco para toda la vida?


Y esto, no me cabe la menor duda, es con amor, pero ya sabemos que las buenas intenciones pavimentan los caminos al infierno.


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(1) A estas alturas de la película, alegar ignorancia debería conllevar la inhabilitación de por vida como profesionales por manifiesta incapacidad mental.

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