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  • Ludwig V. Burkes

El resurgir de la muerte natural

Ya hace muchos años que habíamos notado la erradicación de la “muerte natural”. Todo el mundo, daba igual que fuesen centenarios, moría de algo concreto. Lo más parecido a la vieja muerte natural era el “fallo multiorgánico” con el que se suelen despedir de este mundo los muy mayores. Con la llegada del fantasma del Sarscov-2 no solo desapareció la “muerte natural” sino casi todas las demás causas de muerte, incluyendo la, hasta entonces en boga, gripe. Todo el mundo moría de Covid-19.

Pero mira por donde, llegó la “vacuna” milagrosa por partida doble: por un lado borró al covid de los noticiarios; y por otro resucitó la “muerte natural”. Todos los días aparecen en internet noticas de muertes súbitas de famosillos (presentadores, actores, deportista, etc.) atribuidas a “causas naturales”. Si prestan atención a las noticias, verán que ahora los “científicos” han descubierto que el 60% de nosotros tenemos una fuerte predisposición “natural” a sufrir infartos. ¡Cosas!

Ya hace unos meses me encontré en mi paseo matinal en bicicleta con uno de estos casos de muerte súbita por causas naturales. Otro ciclista caía fulminado de repente. Cuando yo llegué a la escena, había dos ambulancias grandes y tres vehículos de policía. Alrededor del desgraciado habían montado un biombo enorme para ocultar al moribundo. Los policías hacían cordón alrededor para evitar curiosos y filmaciones. He visto muchas veces a ciclistas y motoristas accidentados en el suelo, algunos muriendo o muertos, y jamás vi ni tanto despliegue de efectivos ni tanto recato por preservar la intimidad del momento.

Hoy, muy cerca del anterior escenario, en el cruce de Los Caños de Carmona en la calle Oriente (Luis Montoto), veo que un grupo de ciclistas y patineteros se agolpan delante de mí. Cuando llego junto a ellos veo a una mujer caída junto a su bicicleta que en seguida se levanta sonriendo avergonzada. La gente le pregunta si necesita ayuda y ella se apresura a tranquilizarlos diciendo que no es nada. Un semáforo más adelante le pregunto a una ciclista que había visto bien la escena que qué le había pasado a la buena mujer. Contesta que ella decía que de pronto se quedó obnubilada mirando el semáforo y que perdió el equilibrio y las fuerzas, como a punto de desmayarse.

En aquella esquina hay una potente antena de 5G y en las inmediaciones otras, de manera que la intensidad del campo electromagnético en la zona es realmente alta. En una ocasión medí un fondo constante de unos 200 W/m2 con periodos frecuentes de entre 500 y 700 W/m2. Téngase presente que el máximo autorizado por la ley es 1 W/m2, máximo ya de por sí permisivo con las compañías de telecomunicaciones.

A estas alturas de la película todos deberíamos ser consciente del papel crucial que juega la radiación electromagnética en todo esto de la recién rebautizada Covid-19, descrita desde hace unos 70 años como “Síndrome de Radiación Aguda o Persistente” y otros nombres. La radiación no ionizante, como la de la telefonía móvil e internet, también es muy nociva para la salud, pero es que en unión con el óxido de grafeno, presente en las vacunas de la gripe y del covid-19 (y en muchas otras cosas) hace que la frecuencia se multiplique por 1000 entrando en el rango de las ionizantes. Es decir, que los “vacunados” se convierten en pequeños Chernobyls andantes irradiando a la gente.

Si tuviese que apostar diría que esa pobre mujer había sufrido un conato de ictus o similar que no llegó a mayores provocado por la interacción del campo electromagnético y el grafeno en su cerebro proveniente de la “vacuna”. Esperemos que no sea así, y que todo sea por “causas naturales”.


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