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  • Ludwig V. Burkes

El anillo de la abuela.

Hace ya muchos años, a finales del siglo pasado, entrevistaban a Gregorio Peces-Barba acerca de unas posibles negociaciones entre los gobiernos de España y el Reino Unido para la devolución del Peñón de Gibraltar. Todo esto surgía por la entonces inminente devolución de Hong-Kong a China. Peces-Barba veía la cosa muy cruda y, si no recuerdo mal, decía que no por nada realmente importante sino por lo que él llamaba “el anillo de la abuela”. En su bufete de abogados habían gestionado muchas herencias multimillonarias. Decía que con frecuencia, cuando se trataban las cuestiones enjundiosas solía ir todo como la seda. Los abogados de los distintos deudos se encargaban de todo y nadie ponía pegas. Hasta que se llegaba al anillo de la abuela. Ahí es cuando se encrespaban los ánimos y rezumaban las viejas inquinas familiares. La abuela parecía haber tenido solo un anillo de importancia y muchas eran las nietas que reclamaban el derecho a heredarlo.


Pues ahora estamos en una situación mucho más peliaguda que el reparto de una copiosa herencia. Nos jugamos la existencia misma de todos nosotros y de nuestros descendientes. No se trata de perder o ganar un cierto porcentaje de la tarta. Se trata de perder la tarta entera y mucho me temo que lo haremos por el maldito anillo de la abuela.


Tal y como yo lo veo, el mundo no puede volver a ser como ha sido hasta ahora. Lo siento, pero ese es el mundo que nos ha llevado a esta situación y si lo recreáramos de nuevo, con un mero cambio de reparto de papeles, tardaríamos muy poco en vernos otra vez es la misma situación. Es ley de vida: los buenos no porfían, los malos se dejan los dientes trepando.


¿Y entonces? ¿Tenemos solución? Pues creo que sí si tomamos conciencia de que muchos de los grandes males de la humanidad, quizás todos, se deben a un solo hecho: la concentración de poder.


Si no existiera persona o grupo de personas (organismos, instituciones, empresas, lo que sea) que acaparen el poder, no podría haber esclavitud, ni guerras, ni grandes corporaciones capaces de producir catástrofes ambientales o sanitarias. No habría fábricas de armamento militar, ni laboratorios jugando a ser dioses y crear seres sobrenaturales. Nunca se habría desarrollado la geo-ingeniería. Para quien no ha dedicado ni cinco minutos a pensar cómo podría existir un mundo sin esas concentraciones de poder, tratar de imaginárselo es casi imposible, pero créame que cuando se estudia y uno reflexiona en profundidad la cosa cambia.


Este es un tema al que quiero dedicar gran parte de la vida que me quede y no sueño ni de lejos con poder transmitir en unas líneas las ideas que me han costado medio siglo de lecturas, escuchas, discusiones y reflexiones, pero le animo a considerar lo siguiente ¿Cuántas veces ha renunciado a una posible mejora en su vida por los inconvenientes y las amenazas que esa mejora traía consigo a escondidas? Más no es siempre mejor, incluso diría que son muchas las veces que no lo es. El Diablo siempre se nos presente muy atractivo.

¿Y cuáles son los mayores acaparadores de poder que existen en nuestro mundo? Los países. O mejor dicho, los gobiernos y las estructuras que los apoyan: los Estados. Los Estados son los que directamente nos quitan nuestros recursos, y son ellos los que se los entregan a esas organizaciones supranacionales que ni siquiera se toman la molestia de aparentar estar controladas por nosotros. Son los que nos marcan con números y letras, los que nos dan y quitan permisos para movernos, los que nos imponen tratamientos como si de ganado se tratase. Los Estados siguen siendo la principal fuente de maldad de este mundo. No porque se corrompan, sino por su propia naturaleza. Lo que creemos corrupción no es sino su estado natural. La aparente “no corrupción” no es más que un intento de disfrazar a la bestia de hermanita de la Caridad.


El engaño es tan burdo que cuando se descubre da vergüenza no haberlo visto antes. Se apoya en la infantil idea de que las leyes tienen algún poder por sí mismas. El poder de las leyes está en la fuerza que las respalda. Si toda la fuerza está de un lado, éste fingirá cumplir las leyes mientras ello no le suponga gran menoscabo. En cuanto lo crea oportuno se quitará la careta y hará valer sus cañones, que para eso los tiene. Llevamos dos años apelando a los tratados internacionales, las constituciones y muchas leyes orgánicas que son pisoteados sin pudor por decretos, órdenes y protocolos, para ver cómo el supuesto poder judicial hace el egipcio para seguir contando con el favor de su amo. Ya es hora de que despertemos los despiertos y empecemos a afilar nuestros cuchillos. Las togas hace tiempo que dejaron de servir.


En estos momentos nos jugamos el todo, la existencia, pero muchos buenos guerreros y heroínas creen que pueden saltar del Titanic salvando el equipaje y ajuar con el que viajaban. Si nos salvamos de la muerte o de la esclavitud total será porque habrán desaparecido las estructuras que nos oprimen. No habrá estructura política alguna. No habrá España, ni Portugal, ni Gran Bretaña, ni China, ni mucho menos Cataluña o País Vasco. Pero tampoco la ONU, la UE, la OMS y demás clubes satánicos. Seguirá habiendo, por mucho tiempo sospecho, españoles, escoceses, chinos. Y también catalanes y vascongados, porque las costumbres, la cultura no es algo propio de los Estados sino de la gente. Por supuesto que nos podemos quedar a medio camino, pero no veo forma de que ese estado no sea caótico, con muchas facciones tratando de hacerse con el antiguo poder empleando las mismas armas sucias que sus predecesores. Como ya he dicho, eso no sería más que la prolongación de la agonía.


La familia se desmorona, los padres murieron, tratemos de salvar aquello que nos permita ser seres humanos dignos y olvidémonos del anillo de la abuela. Las banderas, los himnos, las fiestas, son como el decorado que la maestra pone al aula para hacer creer al niño que está en el mejor sitio que pudiera estar. Puesto a tener que estar confinado en un aula, se agradecen, pero el niño siempre habría preferido salir a la calle a jugar con sus amigos.

Hay entre los líderes de la guerrilla contra el NOM quienes se ponen nerviosos porque la resistencia anticovidiana en los señoríos vascongados está siendo canalizada por movimientos independentistas. Como yo lo veo, que los independentistas estén o no estén tratando de aprovechar la situación para acelerar su agenda da igual. Lo verdaderamente importante es que en Las Vascongadas hay un movimiento serio contra esta locura, y al igual que mi principal enemigo es la Junta de Andalucía, por muy paisanos míos que parezcan, para ellos es el Gobierno Vasco.


Otros se pelean por el arma concreta con que nos están apuntado para maternos: unos dicen que es una escopeta recortada; otros que es un Colt del 45. Todos tienen claro que las “vacunas” son el instrumento de dominación y merma de la población, pero difieren en cómo consiguen esto. Animo a que cada uno siga su línea de investigación e intente demostrar fehacientemente que su hipótesis es correcta. No “la” correcta. Tengo mi opinión al respecto pero es irrelevante para lo que trato de exponer aquí. Podría ocurrir que ambos grupos tuvieran razón, que con la derecha nos están encañonando con una recortada y con la izquierda con el Colt.


Estamos en un autobús sin frenos bajando de los Pirineos por una carretera estrecha. De esta que nadie espere salir de rositas. Muchos no saldrán y todos los que salgan van a sufrir. Pero no se trata de estar o no estar en el autobús. Ya estamos, el pasado pasado es. Concentrémonos en el mejor de los posibles futuros, que en mi opinión, será un mundo sin concentración de poder.

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