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  • Ludwig V. Burkes

De muertes y pérdidas de vida en los tiempos del Coronavirus

Pensará el lector quizás que el título es redundante, pero no, voy a hablar de dos conceptos distintos. La muerte no es lo contrario de la vida. Estar muerto es lo contrario de estar vivo, pero morir es pasar de un estado al otro, por lo tanto pertenece a ambos estados a la vez. La vida es el conjunto de las experiencias físicas y mentales de ciertos seres que llamamos “seres vivos”. La vida de una palmera se cuenta en un rato. Sus experiencias se parecen mucho unas a otras. El efecto que los cambios ambientales producen en ella es casi imperceptible. Por el contrario la vida de un ser humano es mucho más rica, empezando por que la mente cobra un papel primordial en su existencia y, al ser ésta, la mente, un ente fuertemente afectado por las experiencias previas, va cambiando con la edad. La vida es por tanto un concepto complejo imposible de analizar, mucho menos de medir.

Sin embargo, en la actualidad, continuamente escuchamos cifras y predicciones de “vidas perdidas” justificando la imposición de medidas que nos disgustan sobremanera por lo que es de suma importancia aclarar este punto.

Para entender la naturaleza de conceptos complejos hay que echar mano de ejemplos extremos porque al no poderlos descomponer en partes y medir, para poder percibir diferencias debemos mirar situaciones extremadamente alejadas entre sí. Imagínese el lector que le obligan a yacer en una máquina sofisticadísima que le aporta todos los nutrientes y movimientos de sus músculos para que viva sin ningún problema físico. Eso sí, usted no puede zafarse de la máquina. Ella lo hace todo: simula sus paseos; sus carreras; su actividad sexual; le suministra alimentos perfectamente equilibrados y ajustados a sus necesidades; todo. Además le convencen de que no hay escapatoria. Usted no tiene la menor esperanza de que esta situación cambie en el futuro. ¿Cuándo diría que acaba su vida, cuando su electroencefalograma sea plano, o cuando le atan a la máquina? No sé usted pero yo lo tengo claro y es la segunda opción. Por el contrario si uno se pierde en la selva y pasa meses tratando de salvar el pellejo y salir de allí, es difícil que considere que ha perdido esos meses de vida. Nadie nos dice que la vida tiene que ser placentera, ni tranquila, ni cómoda, ni según nuestros deseos. La mala suerte es parte de la vida. Pero cuando uno pierde la capacidad de decisión sobre sus actos, la posibilidad de probar soluciones a los problemas, entonces eso ya no es vida. Si uno acepta una pena de prisión por un delito en verdad cometido, uno está viviendo. Si uno es encarcelado injustamente por el capricho de alguien poderoso, eso no es vivir.

Con esto quiero decir que considero que este confinamiento ha supuesto una pérdida de vida por parte de mucha gente. ¿Es esa pérdida de vida mayor o menor que la pérdida de vida por muertes supuestamente por el sars-cov 2?

La cantidad de vida no se puede medir como se intuye por lo dicho antes pero quizás, haciendo un ejercicio de “cuantofrenia o metromanía”(1) tan al gusto de la ciencia actual, podamos llegar a algún tipo de comparación que nos dé una idea de la importancia relativa de ambas pérdidas de vidas. Para ello necesitamos tomar un elemento de vida medible o contable que nos dé una idea de cuánta vida ha tenido la persona: el número de golpes de diafragma al reír a lo largo de la vida; las veces que llega al orgasmo; etc. Creo que el más fácil de medir es sencillamente el tiempo vivido. Hemos dicho que pasar tiempo no es igual a vivir pero al comparar dos grupos grandes de personas podemos suponer que los errores se compensan. Lo importante es la comparación no el valor absoluto. Toda medida requiere una unidad para su cuantificación. La unidad no es demasiado importante porque afecta por igual a los dos grupos y no interviene en el resultado final de la comparación. Diré que la unidad de cantidad de vida es la esperanza de vida de los españoles, es decir 83 años.

¿Cuánta vida se ha perdido por el confinamiento? Intentaré ser muy conservador en mis cálculos. Supondré que una persona dedica ocho horas a dormir o similar, ocho horas a necesidades básicas de la vida y ocho horas a realizar actividades que pueden considerarse interesantes. Supondré que el dormir y las necesidades básicas no se han visto alteradas por el confinamiento aunque todos sabemos que esto es mucho suponer. Por lo tanto la pérdida de tiempo de vida será un tercio del tiempo de confinamiento. También supondré que el confinamiento no ha afectado a todo el mundo por igual y ello lo tendré en cuenta diciendo que solo a la mitad de las personas les ha afectado. Creo que estoy siendo muy, pero que muy, conservativo en mis apreciaciones.

Supondré que los 46 millones de españoles hemos estado 3 meses de encierro. Esto daría 46.000.000 x 3/12/83 x 1/3 x 1/2 = 23.100 vidas completas perdidas por el confinamiento.

Para estimar la cantidad de vida perdida por el coronavirus aceptaremos (que es mucho aceptar) que el número de muertos por coronavirus dado por las autoridades es correcto. Según el Ministerio de Sanidad el coronavirus ha matado a 28.000 personas. Para ver la cantidad de vida perdida deberíamos conocer la edad con la que hubiesen muerto estas personas sin el coronavirus y restarle la edad con la que efectivamente han muerto, dividiendo luego por 83 años que tiene nuestra unidad de vida, lo que parece insalvable. Si conociésemos la media de años perdidos bastaría con multiplicar por el número total de personas y por suerte, la media de una diferencia es la diferencia de las medias. Es decir que la media de años perdidos será la esperanza de vida menos la media de la edad con la que han muerto esas 28 mil personas. La esperanza de vida de los muertos por coronavirus es difícil que la sepamos pero al menos podemos decir que no será mayor que la esperanza de vida de los españoles en general, habida cuenta de que la mayoría de ellos tienen patologías graves, por lo tanto emplearemos como estimación conservativa de su esperanza de vida 83 años. La edad media de los muertos la estimaré usando los datos aportados por el artículo “¿Qué edad tienen los fallecidos con coronavirus en España y el resto del mundo?”. En dicho artículo se aporta una tabla de valores con número de muertos en franjas de edad de 10 años. Asignando como valor de clase la edad media de cada franja (de 10 a 19 sería 15, por ejemplo) y hallando la media ponderada obtenemos una edad media de los muertos por coronavirus algo superior a 81 años. Este valor es consistente con otros valores encontrados en otras fuentes por el autor. Así pues el número de vidas perdidas será 28.000 (83 – 81) / 83 = 675 vidas.

Habrá sin duda gente que diga que el número de muertos durante el confinamiento es muy superior a esos 28 mil reconocidos por el gobierno español. Que en el apartado “La evolución del coronavirus en España y en el mundo, en gráficos” de EpData se dice que el exceso de muertes durante el confinamiento ha sido de 44 mil. Bien, me resulta muy llamativo que nadie se pregunte por qué hay casi el mismo número de muertos de más sin coronavirus que con coronavirus. ¿No estaría esto diciendo que el confinamiento y las medidas adoptadas han causado tantos muertos como el propio bicho? ¿Cómo es que el exceso de muertos se produce una vez aplicado el encierro? Estas inquietantes preguntas serán tratadas en una entrada posterior. Pongámonos en el caso de los que creen que el coronavirus ha matado a mucha más gente de la admitida por el gobierno, es decir, 44 mil personas. Eso haría que el número de vidas perdidas fuese 1.060.

Según estos números la cantidad de vida perdida por la pérdida de tiempo en el confinamiento sería más de 20 veces superior a la debida por muertes. Eso sin contar con el desastroso empeoramiento de nuestra calidad de vida. Les recuerdo que he tendido a rebajar los números del primer grupo y a aumentar los del segundo.

Tengo que repetir que los números aquí aportados no son ninguna medida de magnitudes reales pero la comparación creo que es suficientemente ilustrativa de la importancia relativa de los fenómenos estudiados. Aquellos que esgrimen la ciencia como arma para defender que la política adoptada para combatir esta “pandemia” es la correcta, aportando números igualmente falaces, tendrían que mostrarnos estudios comparativos alternativos que avalen sus propuestas.

Mientras tanto seguiré pensando que aquí se está cometiendo el mayor genocidio de la historia de la humanidad.

(1) El sociólogo de Harvard Pitirim A. Sorokin acuñó estos términos de “cuantofrenia” y “metromanía” para referirse a la enfermiza veneración que los intelectuales muestran por los números desde que Pitágoras fundara su escuela de pensamiento. Hoy en día, en el mundo académico no se concibe un estudio sin que cuantifique aquello de lo que se está hablando. M.N. Rothbard nos habla en su maravillosa obra “Austrian Perspective on the History of Economic Thought” de cómo esta metromanía llevó a Aristóteles primero, y a legiones de economistas después, a tratar de establecer ecuaciones que describiesen el comportamiento económico del hombre, cuando el principal acto económico, el intercambio de bienes, está gobernado no por una ecuación sino por una doble inecuación: si dos personas se deciden a intercambiar libremente sus bienes es porque ambos a la vez valoran el del otro más que el suyo. Los primeros en apreciar esta sutil idea fueron los pensadores de la Universidad de Salamanca en el siglo XVI. Huerta de Soto defiende que ése fue el germen de la actual Escuela Austríaca de Economía, única que no cae en el absurdo de la cuantofrenia.

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