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  • Ludwig V. Burkes

Aclarando mis ideas - 02: virus

Sin duda el virus se ha convertido en un concepto de extremada relevancia en nuestra cultura, como lo fue el diablo en la edad media. Por ello creo que es de suma importancia tratar de aclarar las ideas al respecto. Virus es en sí una palabra cargada, como los dados tramposos, puesto que significa en latín “veneno”. Con este nombre es difícil no apartarse de la idea de que estas partículas orgánicas son patógenas, malignas para los seres vivos. Los virus, en general, son material genético envuelto en proteínas, con tamaños submicroscópicos, y esto es fundamental para la presente discusión. Los virus no se ven al microscopio óptico, y por lo tanto, no se ven, se interpretan al microscopio electrónico. Este es un punto importante para entender muchos aspectos de la ciencia experimental. Los aparatos electrónicos no muestran lo que se ve, porque no se ve nada, sino que traducen unas señales físicas en una imagen reconocible por nuestra vista. Pero incluso esa imagen creada, es muy pobre, y animo a cualquiera a observar las fotografías de virus y que me diga si son capaces de distinguir algo con nitidez. En general son manchas, para usted y para el más pintado.


Espero que sepa que muchos biólogos, que son los que realmente estudian a estas partículas orgánicas, llaman a los virus exosomas, vesículas celulares y otros nombres que parecen más apropiados, y les atribuyen funciones de transmisión de información entre las células, e incluso entre los individuos de una especie. Estas vesículas nacen en las células, incluyendo a las bacterias. Por ejemplo, las bacterias cuando mueren de forma extraña, producen esporas que les permiten reproducirse cuando las condiciones ambientales mejoran. Estas esporas son eso que ahora llamamos virus. Los exosomas celulares también sirven para eliminar toxinas del interior de las células, e incluso disolver sustancias patógenas en los flujos corporales.


También espero que sepa que un ser humano tiene aproximadamente diez veces más bacterias que células, y diez veces más virus que bacterias. Estas bacterias y virus son consideradas parte de nuestro cuerpo y sin ellos no podríamos vivir. Se les agrupa bajo el nombre de microbiota o microbioma. Así pues, estas bacterias y virus no pueden ser malos para nosotros, porque viven con nosotros desde siempre y cumplen funciones importantes para la vida.


Pero a mí lo que me interesa aquí es poner de relieve lo absurdo del relato oficial sobre los virus. Admitamos que existen esos virus malignos que nos afligen. El virus es una especie de parásito que emplea células para reproducirse, dañando a esas células de paso. Digo esto último, porque si no fuese así, no serían patógenos ¿verdad?

Dado que si parasitan mucho a un mismo individuo es más que probable que éste la palme, para su subsistencia es conveniente saltar de unos individuos a otros, y nace el concepto de contagio. El virus explota a un individuo mientras éste tiene fuerzas para vivir, y antes de que el barco se hunda salta a otros barcos para continuar el crucero.

Todo esto suena creíble si no indagamos más profundamente, pero de lo contrario, veremos que este cuento hace aguas por todas partes y no se sostiene.

Nos dice el filósofo español Antonio Escotado que la diferencia fundamental entre la realidad y la ficción que las hace claramente distinguibles es que la realidad es intricadamente compleja y la ficción infantilmente simple. Esta es una de esas ideas que deberíamos tener grabadas a fuego en nuestra frente para navegar las tormentosas aguas del conocimiento.


A los virus les pasa como a esas cuevas secretas y pirámides abandonadas de la ficción. Cuando los cuarenta ladrones llegaban a la entrada oculta de su cueva gritaban “ábrete Sésamo” y una roca comenzaba a desplazarse lentamente en medio de un ruido sobrecogedor. Los exploradores de pirámides ancestrales llegaban a una cámara ciega y tras tocar en las paredes a tientas, presionaban suavemente un ladrillo que cedía sin resistencia alguna, dando comienzo a un mecanismo que hacía pivotar la pared abriendo un pasaje secreto hacia la cripta del tesoro. Pero nadie se pregunta por los sofisticadísimos sistemas electromagnéticos necesarios para procesar la voz y convertirla en acciones mecánicas para mover piedras pesadísimas, en los mecanismos de apertura de esas rocas y paredes de piedras, en la fuente de energía necesaria para ello. La propia contradicción entre el ruido retumbante, delatador de fuertes rozamientos y la facilidad con la que se desplazan las cosas. ¿Quién mantiene a lo largo del tiempo tan delicado y complejo sistema? Pruebe a dejar cinco años su coche en medio del campo sin tocarlo y trate de arrancarlo después. Hasta el hueco de la llave de contacto habrá desaparecido por los nidos de insectos. Las ratas se habrán comido los cables, los engranajes habrán perdido su aceite, el combustible habrá criado gomas, los actuadores se habrán oxidados, los neumáticos estarán cristalizados y acuartelados.


¿Y los virus? Pues resultan que nos cuentan que éstos tienen unas proteínas en forma de espiga que encaja perfectamente con unos receptores en las membranas de las células objetivos, acoplándose a modo de llave y cerradura, y que esta acción hace que la célula se abra y deje pasar al virus dentro. Recuerde que el virus es una pelota inerte, no tiene intención ni movimiento propio. ¿Cómo se lleva a cabo esa acción? Además, ¿qué probabilidad hay que una molécula complejísima mute al azar de manera que encaje en esos receptores, que a su vez son muy complejos, de una especie diferente? Apuesto que menor que la que hay de que yo coja una lima y a ciegas altere el perfil de una llave cualquiera, elija una vivienda al azar en cualquier parte del mundo, vaya, introduzca la llave y ¡ala! La puerta se abra. Piense en el proceso del virus de murciélago mutando a un patógeno mortífero humano y verá que la historia de la llave es más creíble.


Pero además está la cuestión de para qué tienen nuestras células una cerradura esperando a un patógeno extraño del exterior. Por otro lado, el entrar en la célula no es ni mucho menos la parte del cuento menos creíble. Ese virus tiene ahora que sacar de su interior el material genético ¿Cómo? ¿Se disuelve la proteína en el líquido celular? Si fuera así, los nuevos virus no sobrevivirían dentro de la célula. ¿Qué fuerza es la que provoca ese movimiento? Y cuando se abre ¿Cómo va esa cadena genética hasta el ribosoma? ¿Qué hace que eso ocurra? Pero si es altísimamente improbable que el virus mute de manera que su espiga encaje con nuestro receptor no quiero ni pensar en las probabilidades de que su material genético funciones en nuestro ribosoma. Vamos que he tenido la chorra de acertar con la llave y la cerradura, pero además me conozco todos los secretos de la casa como si me hubiese criado en ella. Otro problema que no he visto explicado en ningún sitio es el de que las células no son como las puertas que tienen un pomo interior que no necesita llave para salir. ¿Cómo abandonan los virus las células en perfecto estado de revista?


Otra cuestión clave es el origen del virus. La primera opción es que el virus haya estado de alguna manera todo el tiempo con nosotros. Quizás fue una mutación de uno de esos virus benignos que inundan nuestro cuerpo. Muchas enfermedades supuestamente virales, como el sida, son recientes. No hace mucho no existían. La propia gripe, hasta la segunda mitad del siglo XIX era una enfermedad que aparecía durante un invierno cada diez, quince años, causando estragos para luego desaparecer por completo. Con el sida podríamos decir que la mutación se produjo en los años 70 u 80, pero con la gripe habría que recurrir a mutaciones que ocurren de forma periódica. Dada la naturaleza estocástica de las mutaciones eso es estadísticamente imposible.


La otra opción es que el virus venga de otra especie animal, que es la más extendida en la actualidad. Vamos a centrarnos en el supuesto Sarscov2. Este coronavirus se dice que es de murciélagos. ¿Qué le hace a los murciélagos? ¿Los enferma? Parece que no porque no hay noticias de mortandades llamativas de murciélagos. Además, de ser así, qué probabilidad habría de que esos virus llegasen a los seres humanos, y lo que es peor, que la mutación tenga premio doble, que siga abriendo las células del murciélago y además abra las células humanas. Y si no afecta al murciélago ¿cómo prolifera? ¿Cómo llega a haber un número suficientemente alto para romper las barreras defensivas humanas?


La mutación es un fenómeno aleatorio. La probabilidad de que dos partículas virales muten a lo mismo es sencillamente cero. Pero para que pudiesen ser una amenaza tendrían que mutar a la vez millones. Repito, porque si ya no pueden usar las células del murciélago para replicarse tendrá que encontrar esa vivienda en esa parte desconocida del mundo cuya cerradura encaja con la nueva llave. Una sola partícula viral. Es de locos. La realidad es tremendamente compleja, todo lo que no sea así, es pura fantasía.

Estas no son las únicas preguntas que yo me hago y le hago a los virólogos. Hay más, pero creo que son suficientes para poner en entredicho todo el cuento de La Celulita Roja y el Virus Feroz.


Si quiere ilustrarse algo más profundamente sobre este apasionante mundo, le recomiendo que siga al microbiólogo Stefan Lanka. Él da explicaciones muy razonadas de qué son esas partículas mal llamadas virus, cuyo supuesto comportamiento tan bien viene a la mafiosa industria farmacéutica. Tiene muchos vídeos en odysee.com. Yo recomiendo uno en el que se muestra los trabajos experimentales llevados a cabo para refutar la propia existencia de la virología en sí.



Sé que la pregunta que queda es -y entonces ¿qué nos hace enfermar? Pues como el mismo Pasteur confesó en sus cuadernos de trabajo, cualquier cosa menos eso que llamamos patógenos, que en su día eran las recién descubiertas bacterias. Hace tiempo que el diablo dejó de ser el causante de las enfermedades, hoy en día todavía hay mucha gente que creen en el mal de ojos, el vudú. Las bacterias cada vez tienen menos protagonismo en el mundo de las enfermedades, entre otras cosas porque cualquiera puede comprarse un microscopio óptico y comprobar que esas antes consideradas mortíferas bacterias están siempre presentes en nuestro cuerpo, en nuestra boca.


Por supuesto que el mundo está lleno de bacterias necrófilas que ayudan a mantener nuestro ambiente limpio. Pudren el material biológico que encuentran y lo digieren. Si tenemos una herida abierta y estos bichos entran en nuestro cuerpo se van a poner a hacer lo único que saben hacer y nos van a producir una infección, incluso gangrena. Pero nuestras puertas de entrada y salida están dotadas de defensas eficaces contra estos posibles invasores. La saliva es bactericida, y es por lo que los animales se lamen las heridas para sanar.


Lo más sorprendente es que el mundo parece haberse olvidado de la principal causa de enfermedad: el veneno. El mundo está lleno de sustancias que nos pueden causar la muerte. Vaya a Yellowstone y beba en las charcas de azufre volcánico, vamos a ver cuánto dura. Pero además, el hombre se empeña en fabricar cada vez más compuestos venenosos que nos rodean por todas partes.


Y que me dicen del frío, del calor, de la radiación ionizante, de la radiación electromagnética, etc. En este mundo hay más que suficientes fenómenos comprobados para cogerlos como causas de males, sin tenernos que inventar el fantasmagórico concepto del virus.


Por último, si se aficiona a seguir a Stefan Lanka, comprobará que en todas estas décadas de convivir con la idea del virus, todavía nadie ha conseguido aislar, purificar y demostrar su patogenicidad de un solo virus. ¿Curioso verdad?


Gritemos en estas horas aciagas nuestro grito de guerra....



A Ricardo Delgado Martín, un auténtico héroe.



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