FUENTETAJA: El chófer de ambulancias.
- Ludwig V. Burkes
- 12 feb 2023
- 5 Min. de lectura
En la práctica de esta semana debemos imitar a Unamuno cuando hizo que el protagonista de su novela Niebla (que puede descargar abajo) lo visitase en persona, al autor mismo, y tuviese con él una larga discusión. Debemos escoger un personaje de nuestros escritos anteriores del curso y hacerle hablar con nosotros mismos.
He elegido “La azafata y yo” para esta prueba.
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El chófer de ambulancias.
Por fin habían acabado los exámenes y me disponía a mejorar unas macros de Excel para evaluar a mis alumnos. Había echado en falta algunas funciones y no quería que la siguiente convocatoria me pasase lo mismo, así que ese era el momento de hacerlas.
Cuando estaba terminando de familiarizarme con el código que había, sonó el teléfono. Era Dora, la secretaria del departamento, diciendo que había un señor allí que me buscaba. Le dije que pasase sin ni siquiera preguntarle el nombre.
El hombre llamó a la puerta y alcé la voz para invitarlo a entrar. Tenía aspecto de cuarenta y pocos años y vestía uniforme de ambulancias. Por un momento me sorprendió e incluso pensé que me buscaban por algún asunto grave de mi mujer o mi hija, por tonta que fuese esa idea. El hombre extendió su mano con decisión, diciendo a la vez: “Ludwig Von Burkes ¿verdad?”. Se la estreché sin dudar contestando con una ligera sonrisa y no poca sorpresa:
- Ludwig Valentino Burkes – hice hincapié en Valentino, para a continuación preguntar: “¿Cómo sabe mi pseudónimo?”
- He leído sus blogs – respondió devolviéndome la sonrisa y murmurando algo así como: “Valentino, claro, de Valentín”.
Le indiqué que se sentara y él se presentó como Ricardo.
- ¿Mis blogs, cuáles?
- Los cuatro – dijo de inmediato sin dejar de sonreír.
Como yo me quedé mirándolo sin saber qué decir, él se arrancó a exponer el motivo de su visita. Me contó una historia sobre una azafata extranjera que le dio por bailar en su avión como una posesa y que él había ayudado a sacar de allí para llevarla al hospital. En la ambulancia se habían besado con frenesí, pero por la gran carga de trabajo de aquellos días, cuando pudo volver al hospital a verla, ya se la habían llevado a su país. El problema era que no sabía su nombre y ni siquiera de dónde era. Ahí se paró mirándome inquisitorialmente con los ojos brillantes de expectación.
Yo no podía creer lo que estaba oyendo y mi cara debía de ser todo un poema. ¿Sería aquello una broma de algún programa de radio? Tras una brevísima pausa, él me preguntó sin más:
- ¿Y bien?
- ¿Y bien qué?
- ¿Que si sabe cómo puedo encontrarla?
Le pregunté que dónde escondía la grabadora y él cambió la cara respondiendo secamente que de qué grabadora estaba hablando. Mi perplejidad debió conmoverlo y tras un esfuerzo por mostrar de nuevo una cara amistosa, siguió contándome:
- Traté por todos los medios de averiguar a dónde se la habían llevado, pero no conseguí nada útil.
- ¿Y su compañía de seguros?
- Sí, fue lo primero que investigué, pero su compañía hace negocios en medio mundo. Ni siquiera puedo averiguar el país, mucho menos la ciudad y ni pensar en el hospital.
En ese momento caí en la cuenta de que mi relato no estaba ubicado en ninguna ciudad en concreto, así que sería muy improbable que fuese Sevilla, mi ciudad ¿Cómo es que venía vestido de chófer de ambulancias? Me guardé este as en la manga y le pregunté que cómo había dado conmigo.
- Un día, bicheando por internet, puse en el buscador las palabras “azafata”, “bailando”, “avión”, “hospital” y la lista de resultados era interminable pero ninguna me daba la menor pista sobre ella. Como estaba bastante decaído, me pasé la tarde viendo vídeos de tik tok de azafatas bailando chuminadas y películas porno en aviones y hospitales.
Se encogió de hombros y apretando los labios dobló la cabeza hacia un lado, implorando comprensión por mi parte. Me sonreí ablandando la mirada y el continuó:
- Cuando estaba a punto de apagar el ordenador desesperanzado, en la página veinte y tantos del buscador vi una entrada que decía algo así como “la azafata y yo”. Sin saber muy bien por qué entré y me quedé helado al ver allí mi historia narrada de punta a rabo.
- ¿En la página veinte y tantos? ¡Coño, qué alegría! La última vez que hice algo parecido sencillamente no salía.
- Pues esta vez sí. Era uno de sus blogs y estaba firmado por Ludwig V. Burkes.
- Sí, el tercer gran Ludwig V. de la Historia – dije socarronamente. Se me quedó mirando con la boca abierta y desistí de contarle la patochada de Ludwig Van Beethoven, Ludwig Von Mises y yo. Le hice un gesto de continuación.
- Bueno, estaba claro que usted sabía de mi historia. Buscando con su pseudónimo, llegué a los otros blogs y me los leí de pe a pa. Fui sacando información sobre usted hasta que averigüé quién era y dónde podía encontrarlo. No fue muy difícil. Así que aquí estoy esperando que me pueda ayudar.
Me quedé un buen rato mirándolo sin saber qué hacer. Cada vez veía más claro que debía de tratarse de una broma radiofónica, o quizás de mis compañeros de departamento. Al fin, recobré la compostura y traté de ver la manera de desenmascarar a aquel tipo. Le pregunté a bocajarro que por qué venía vestido de conductor de ambulancias. Esperando una contestación rocambolesca que quedé sin palabras ante la simpleza de su respuesta. Mirándose la ropa con extrañeza dijo:
- No sé, siempre voy vestido así.
Le pregunté entonces que cómo esperaba que yo supiese algo de ella. Mi historia está narrada por él, así que yo solo sé lo que él mismo sabe.
El me confesó que también se hacía la misma pregunta. ¿Cómo sabía yo todo esto de él? Había indagado entre todos sus conocidos que sabían de esa historia y ninguno me conocía. Pensó, agarrándose a un clavo ardiendo, que quizás yo la hubiese conocido en algún viaje y ella me lo contó. Luego yo habría investigado y descubierto los detalles. O quién sabe, acerté de milagro y ya está. Un clavo ardiendo es un clavo, al fin y al cabo.
- Muy forzado todo ¿no cree? Además acaba de decir que ningún conocido suyo ha hablado conmigo.
- Lo sé, pero no tengo nada más. Usted es mi última esperanza de encontrarla.
Me ablandó ver cómo se le desbordaban los ojos de lágrimas mientras me miraba suplicando con su cara mi ayuda. Olvidando por completo mis reticencias y acongojado, le balbuceé que no podía ayudarle. Él me dio la mano y asintió con la cabeza dando a entender que antes de venir ya esperaba que así fuese. Mientras abría la puerta de mi despacho, dándome la espalda dijo:
- Sí que tiene una manera de ayudarme.
- ¿Cómo? – le pregunté sintiendo un escalofrío por la espalda.
Él, sin volverse a mirarme, dijo mientras cruzaba la puerta: “escriba la continuación del relato”, y cerró la puerta.
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