Fuentetaja: La Reina
- Ludwig V. Burkes
- 30 oct 2022
- 4 Min. de lectura
Me piden que escriba un relato corto usando la técnica del "atentado autobiográfico". Éste consiste en usar un hecho real de nuestras vidas para construir un relato ficticio a partir de él.
Durante muchos años me reproché a mí mismo lo estúpido que fui a mis catorce años en una estancia en Cornualles (Inglaterra) cuando una auténtica belleza italiana, propia del renacimiento, dio claras muestras de interés por mí y yo dejé cobardemente escapar la ocasión.
La versión que presenté en clase es prácticamente igual a la que aquí reproduzco salvo en el final. Esa versión acababa felizmente en contraposición a la cruda realidad. Después de todo se trataba de un ejercicio de atentado autobiográfico ¿verdad?
Tras depurar el escrito de acuerdo a los consejos de mi profesora y mis compañeros he cambiado el final haciéndolo algo más creíble.
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Podía sentirme afortunado por haber sido enviado a Falmouth aquel verano del 77 para aprender inglés. Allí estábamos un montón de adolescentes de toda Europa con las venas en plena ebullición. Recién habíamos todos despertado al tormentoso mundo del deseo sexual aunque la mayoría no éramos consciente de ello y pensábamos que lo que sentíamos era amor en estado puro.
Como casi todos los adolescentes, yo me consideraba poco atractivo y daba por descontado que no le gustaba a ninguna niña por mi físico, y como entonces era muy tímido con ellas, lo que chocaba con mi desparpajo en otras cosas, las probabilidades de que yo ligara eran despreciables.
Por la mañana nos reuníamos en una iglesia para recibir clases de inglés, así que nos conocíamos todos, al menos de vista. Entre tanta niña sobresalía una a la que los españoles llamábamos “La Reina”: una italiana preciosa, con cara de ángel moreno, que se movía entre nosotros como si nadie existiese a su alrededor.
Por aquel entonces yo había empezado a tocar el piano pero tenía muy poco nivel, casi nada. Aun así, me gustaba ponerme al piano de la iglesia y aporrear sus teclas tratando de sacar algo parecido a música. Un día La Reina se acercó mientras tocaba y mostró interés por mí. Yo no podía creérmelo. ¡Ella a menos de un metro de mí! ¡Y me miraba!
A la mañana siguiente, estaba yo ojeando unos libros que había desparramados encima de una mesa en medio del salón de la iglesia y se me acercó otra vez para hablarme. No recuerdo nada de aquella conversación y sospecho que en su momento tampoco me estaba enterando de mucho porque los latidos de mi corazón resonaban con fuerza en mi cabeza y apenas podía concentrarme en nada más. Imagino que nos preguntamos nuestros nombres porque ella me cogió el brazo y con un rotulador me escribió el suyo.
¡Guaaaaaaauuuuu! ¡La Reina había escrito su nombre en mi brazo! ¡Con sus propias manos! ¿Qué quería decir aquello? Es lastimosa la ingenuidad que puede mostrar un hombre en la adolescencia. Aquel día estuvimos hablando hasta que se acabó el descanso y volvimos a la monserga del inglés.
Al salir de clase, un compañero que me caía bien, de buena apariencia y pudiente, se me acercó y me dijo que ni soñase con estar con La Reina, que yo no tenía nivel. Entonces era tan tonto que me lo creí. Bueno en verdad lo había creído todo el tiempo. Aquel tipo solo vino a recordármelo y confirmarlo.
Yo mismo me alejé de ella de la vergüenza que sentía por haberme hecho ilusiones tan desproporcionadas a mis posibilidades. Traté por todos los medios de no encontrármela. Así pasaron unos pocos días que a mí me parecieron una eternidad. Por las noches me consolaba pensando que era verdad que ella se me había acercado y que me había escrito en el brazo su nombre. De eso no había duda porque aún se podía leer en mi piel. ¿Por qué lo hizo? No lo sabía pero lo hizo, y eso debía de puntuar en mi cuenta de alguna forma. No a todo el mundo le escribe una reina su nombre en el brazo ¡qué carajo!
Una mañana al salir a la calle, cuando ya creía que ella se habría olvidado por completo de mí, me la encontré de frente. Yo vivía en unas colinas bastante apartadas tanto de la iglesia como de su casa, por lo que estaba claro que había ido expresamente a verme. Yo no sabía qué hacer, a dónde mirar, qué decir. Ella se paró justo delante de mí y mirándome a los ojos me preguntó en italiano: “cosa è successo?”
Como yo no reaccionaba me cogió la mano y comenzó a andar hacia un sendero que bajaba por un bosque hacia la playa, en dirección opuesta a la iglesia donde dábamos las clases de inglés. Bajamos en silencio sin soltarnos de las manos. No sabía qué pensar, mucho menos qué decir. A penas me atrevía a mirarla y las pocas veces que lo hacía de reojo la veía andar mirando al suelo en vez de su habitual postura con la cabeza erguida, como correspondía a una reina. Llegamos a la playa en silencio y nos sentamos en las piedras a mirar el mar. No sé si pasaron minutos u horas cogiditos de la mano y sin cruzar palabra. Al final se levantó y tiró de mi brazo. Se puso de puntillas y me dio un beso rápido en los labios. Nos miramos con los ojos húmedos y, tal y como había venido, se fue. Jamás la volví a ver en mi vida.
Siempre me he preguntado si este final fue real o solamente un sueño.
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