Fuentetaja: La duda de don Alonso.
- Ludwig V. Burkes
- 23 may 2023
- 5 Min. de lectura
No, no fue una broma de mis padres, aunque me haya costado infinidad de chanzas y burlas en mi niñez. Efectivamente, me llamo Alonso Quijano, y para mayor inri, alto, enjuto y de nariz aguileña. Hoy en día estas características habrían pasado desapercibidas, pero en mis años, a todos nos hacían leer las primeras páginas de la obra cumbre cervantina, así que ya se pueden ustedes imaginar cuál era mi mote.
Poco consuelo me daba saber que a mis antepasados les había ocurrido lo mismo. Mi padre, mi abuelo, mi bisabuelo, que yo sepa, se llamaban igual. Siempre había oído contar que debió ser una gracia de algún ascendiente que le gustó la combinación y la pasó a su progenie. Incluso si hubiera sido real el personaje, no parecía probable que el ilustre hidalgo hubiese tenido descendencia. Así lo creía yo también hasta que un día me llegó una carta certificada de los juzgados de Villanueva de los Infantes. Pensé que debía de ser un error, porque ni siquiera sabía que existía tal pueblo, y nunca he conducido por La Mancha ¿Qué podía ser?
Después de desencriptar la leguleya prosa administrativa propia de estas cartas, me quedé sin respiración al leer que había sido nombrado único heredero de una hacienda de esa localidad, perteneciente a un tío lejano llamado como yo. Después de comprobar que el documento era auténtico decidí visitar el lugar para ver si aceptaba o no la herencia. La finca era muy rústica pero en esencia, estaba en buenas condiciones. Carecía de todo lujo y la distribución era de otra época. Enteramente parecía que Don Quijote iba a aparecer por cualquier puerta o esquina.
Inspeccioné todas las dependencias hasta que me topé con un montón de papeles viejos en un soberado. Me instalé en la casa, y me puse a hurgar entre aquellos escritos. En un rincón, casi oculto por infinidad de objetos, a cada cual más peregrino, había un arcón grande. El oficial que me atendió en los juzgados, tuvo la amabilidad de darme un manojo de llaves de todos los tamaños. Busqué, y allí estaba la que necesitaba. Eran documentos antiquísimos guardados con mucho cuidado en fundas de plásticos. Mi testador, y sus antepasados, se habían tomado la molestia de conservar aquello lo mejor posible. Costaba mucho trabajo desentrañar las letras y la forma de expresarse, por lo que iba muy lento, pero la idea de que el de la triste figura, no solo hubiese sido de carne y hueso, sino que además fuese mi tatarabuelo me tenía enganchado.
Me tronché de risa al encontrar la fe bautismal de Dulcinea Quijano Lorenzo, hija de Alonso y Aldonza. ¡No siempre andaba por las nubes el vejete! Pero lo que más me impactó fueron unos documentos con los sellos de la Hacienda Real. Al parecer, el comisario de abastos se había alojado allí durante varias semanas para evaluar la cuantía de los tributos debidos de varios años atrás. La firma era del mismísimo Don Miguel de Cervantes Saavedra. Junto a aquellos documentos había un sin fin de borradores, tachados y vueltos a tachar, de fragmentos del Quijote. Algunos reconocibles, otros completamente desconocidos. Parecían borradores y pasajes desechados a última hora por el autor. Había uno que me llamó especialmente la atención. Estaba a medias en versos y a media en prosa, y me sorprendió porque no encajaba, ni en fondo ni en forma, con la obra que todos conocemos.
Decía así:

Quijote: Sancho. ¿Tú también crees que estoy loco?
Sancho: Señor. ¿Vuesa merced me pregunta eso?
Quijote: Sí, que necesito, amigo, tu apoyo
Y temo que de la locura esté preso.
Sancho: Mi apoyo le di hace tiempo, señor.
No es menester aquí y ahora meneallo
Que soy un pobre hombre pero de honor.
Si me habla de ínsulas, ya allí me hallo.
Quijote: No Sancho, no es eso de lo que yo hablo.
Puedo estar errado y no haber ínsulas.
Errar no es de locos, sino de humanos.
Mis cuitas son otras, amado hermano.
Lo que me aflige son estas ínfulas
De enmendar el mundo con estas manos.
Sancho: Sus manos, Señor, son viejas sin duda,
Pero para las riendas dan abasto.
Es su corazón lo que al mal anuda,
Es su pundonor para el mal nefasto.
Yo lo vi luchar contra los gigantes,
Contra tropas sin par dar la batalla.
Coloso como vos jamás lo hubo antes.
Mente lúcida y pura donde haya.
Quijote: ¿Por qué todos hablan de mí tan mal
Y de ti pregonan tanta cordura?
Témome que mi empresa fue banal.
Sancho: Que así diga el diablo es harto normal.
Le envidia cuando espolea su montura,
Y se lanza en combate contra el mal.
Quijote: Pero Sancho, buen amigo. Los hombres son como niños, que creen que con no pensar en las amenazas, éstas no llegan. Odian a quienes intentan ayudarles pues creen que son ellos la causa del problema. Quieren pensar que quienes les gobiernan son como sus padres, que velan por ellos y los mantienen a salvo, cuando las más de las veces, éstos son sus únicos enemigos.
Sancho: Mas vuesa merced no ha de desfallecer. Su ejemplo prenderá como la yesca en la paja, y pronto serán legiones los caballeros andantes que luchen por la verdad, la justicia y la libertad.
Quijote: ¡Dios te escuchara, buen amigo! Pero las legiones siempre batallan por ducados y escudos, y la bolsa de Satanás es, y será hasta el juicio final, la más grande de todas. Solos hemos cabalgado siempre los caballeros andantes, y en total no llegamos a docena y media. ¿Por algo será?
Sancho: No le falta a vuesa merced razón en cuanto a la bolsa del Diablo, pero su metal es vil y la de Dios, Nuestro Señor, está llena de doblones de a ocho como soles de verano. Ni yerra al decir que los más siempre pelean con el maligno pero no es menos verdad también que media docena como vusted, cabalgando uno por aquí y otro por acullá, hacen por un ejército de esos malandrines.
Quijote: ¡Veo, mi buen amigo, cuánto daño he hecho a tu sesera! Que ya crees más que yo en las historia que años ha te contaba. Pero ya ni salir de estas paredes puedo sin que el menos pintado se mofe de mí, y así dudo que pueda serle de utilidad alguna a Nuestro Señor. Más pareciera que Él me quiere aquí bien encerrado que cabalgando por sus reinos desfaciendo entuertos e injusticias.
Aquí se cortaba el pasaje. ¿Fue realmente escrito por Cervantes? Como ya he dicho, no seguía el estilo de la novela. Más bien parecía un trozo de una obra de teatro. Lo cierto es que la letra no se parecía a la de los documentos de la hacienda firmados por el autor del Quijote, pero sí a la de los otros fragmentos reconocibles de su obra. ¿Acaso fue el propio don Alonso el que escribió sus memorias y Don Miguel se las copió? Tiendo a pensar que fue una mezcla de las dos cosas, pero me gusta la idea de que mi antepasado hubiese sido un auténtico caballero andante.
Tras mucho bichear entre los papeles terminé encontrando el acta de defunción de nuestro amado paladín. Firmaba como testigo su hijo, Amadís Quijano Lorenzo.
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En la vigesimosexta semana del curso nos piden que escribamos un relato usando uno de los tópicos típicos de la literatura. Yo he escogido "la duda". Espero no ofender mucho a los cervantinos de pro con mi osadía.
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