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Fuentetaja: La abeja y el escarabajo.


Esta semana, la práctica consta de dos partes. En esta entrada mostraré la primera que consiste en lanzar nueve dados con figuras distintas en sus cara y escribir una historia donde aparezcan las nueve figuras que salgan. Mi tirada se muestra en la fotografía de abajo y a continuación el relato correspondiente.



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Al pie de la Gran Torre de Babel había un gran árbol en flor muy hermoso. Entre sus flores revoloteaba Luda, una abeja muy juguetona, nada amiga del trabajo serio. Junto al gran árbol había una fuente muy bonita con abundante agua. La fuente no sería nada del otro mundo si estuviese en París o Madrid, pero estaba junto a la Torre de Babel que se erigía en medio de una zona desértica y, siendo la única fuente de agua en muchas leguas a la redonda, era lo más preciado de los contornos. Allí iban todos los animales y todas las personas a beber. No era de extrañar que estuviese siempre rodeada de estiércol. En ese estiércol trabajaba sin cesar Laxo, un escarabajo muy holgazán.

Como veis, Luda y Laxo tenían caracteres bien distintos pero ambos compartían una fuerte aversión por el trabajo.

En la Gran Torre se guardaba La Balanza Sagrada de Oro del mítico reino de Eritrea. La balanza se guardaba en un gran cuarto cerrado con un candado indestructible cuya llave nadie sabía dónde estaba.

Luda había llegado a la fuente a beber cuando aparecieron unos beduinos con sus camellos que por poco no aplastan con sus pesuñas a Laxo. Ambos, Luda tronchada de risa y Laxo resoplando del susto, escucharon al cabecilla de los beduinos hablar de las maravillas de la Balanza Sagrada. Decía el viejo que si uno ponía en un plato de la balanza una cosa y en el otro su contraria, cuando ésta se nivelara, duplicaría ambas cosas. Como lo contrario de lo bueno suele ser malo, la balanza mantiene el equilibrio cósmico y se asegura que la gente no abuse de ella. El viejo tenía claro que nunca era sensato desatar el mal por mucho bien que uno crea que ello le va a traer.

Pero entre los beduinos había un grupo de jóvenes que, como todos los jóvenes, sobrevalora los bienes y menosprecia los males, y que decidieron probar fortuna con la balanza. Como por la puerta no era posible, ya que muchos habían intentado forzar el candado sin éxito, idearon un plan. Atarían una cuerda resistente a una de sus flechas y la lanzarían para que entrase por un ventanuco abierto que tenía el cuarto de la Balanza Sagrada. Así, podrían trepar por la fachada de la torre.

Luda y Laxo tuvieron a la vez la misma idea genial. La abeja cogería un poco de polen y subiría volando hasta el ventanuco. Laxo subiría sigilosamente a la flecha con un poco de estiércol para volar con ella hasta lo alto de la torre. El polen es el origen de la vida de las plantas y el estiércol es su fin. Ambos son contrarios, así que la balanza debe funcionar. Mientras los beduinos trepasen por las paredes, ellos podrían hacer sucesivas pesadas multiplicando por dos la cantidad de polen y estiércol. Con diez u once pesadas tendrían material de sobra para pasarse el resto de la primavera a sus anchas: Luda jugando y Laxo durmiendo.

Si creen ustedes que el plan estaba condenado al fracaso, se equivocan. Todo salió a pedir de boca. Luda voló diligente hacia el ansiado cuarto y Laxo consiguió montarse en la flecha sin que el arquero se percatase de su presencia, y surcó los aires cabalgando muerto de miedo la saeta hasta aterrizar en el interior de la torre.

Una vez allí, procedieron con las pesadas y no podían contener el gozo al ver cómo aumentaba su cosecha sin esfuerzo. Para cuando los beduinos llegaron, ya tenían más que de sobra, así que se ocultaron un poco y dejaron que estos hicieran y deshicieran a su antojo. Al cabo de un buen rato, los jóvenes dieron una patada a la balanza y desistieron de su intento de multiplicar bienes. Imagino que no debe ser fácil dar con parejas de cosas contrarias ponderables. Uno de los jóvenes sugirió que se llevasen la Balanza Sagrada, puesto que era de oro y valdría una fortuna. Por suerte el más sensato de ellos les convenció de que eso sería una locura porque la gente los despellejaría al saber que habían profanado un objeto sagrado. Así que, tal y como subieron, bajaron y ya no se supo más de ellos.

Por otro lado, allí estaban Luda y Laxo, arrascándose la cabeza. Es verdad que tenían un montón de polen y estiércol. Pero estaban en lo alto de la torre, muy lejos de sus casas. Llevarlos les iba a suponer muchísimo más trabajo que haciendo las cosas como siempre.

Luda se echó a reír de su propia estupidez y revoloteó por la torre un rato jugando con todo lo que se encontraba. Laxo se quedó mudo, con la boca abierta y la mirada perdida. Al cabo de un buen rato inmóvil decidió echarse una siesta para ver si soñaba cómo salir de allí airoso.

Luda y Laxo aprendieron una impagable lección de la vida: en el Universo no hay nada gratis.

 
 
 

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