Fuentetaja: Estelas de remordimiento.
- Ludwig V. Burkes
- 15 may 2023
- 4 Min. de lectura

-¡Ah! ¡Estás en casa! ¿No tenías guardia esta noche?
- Sí, pero Azucena no podía hacerla mañana y me la ha cambiado a última hora. Tiene que salir mañana pitando para su pueblo por no sé qué cosa. ¿Tienes el móvil apagado?
- ¡No me hables del móvil! Creí que se había quedado sin baterías. Lo tuve todo el vuelo recargando y nada.
Mario le dio un beso a Lola y se fue a quitar el uniforme. Lola fue a la cocina a calentar la cena. Como ya iba siendo habitual, los dos comían en silencio. De vez en cuando, Mario le acariciaba la mano mirándole con ojos melancólicos. Forzaban una sonrisa y seguían mirando el plato. Lola, sin levantar la mirada, le preguntó:
- ¿Otra vez?
Mario se quedó pensativo y mientras hacía como que espulgaba la comida, apretó los labios y, dando un ligero golpe de garganta, asintió con la cabeza.
- ¿No os podéis negar?
- Ya lo hemos hablado antes. ¿Poder? ¡Claro que podemos! Pero ya sabes lo que nos esperaría. ¡Maldita la hora en que me metí en esto!
Lola le cogió las manos.
- ¡Hey, hey! Que no es culpa tuya.
- ¿No? Yo no lo veo tan claro.
En ese momento se oyó a la pequeña Sandra gemir.
- ¿Sandra? ¿Dónde está?
- En mi estudio en el moisés.
- ¿No se la llevaste a Lucía?
- No, le pedí que cambiase esta noche por mañana. Por suerte podía.
Mario se llegó a mirar a su hija. Al poco volvió a la cocina.
- Si no fuera por ella, mandaba todo al carajo.
Lola se le quedó mirando fijamente. Rabiaba por dentro por no poder decirle que mandase todo a la porra. Con sus ingresos podrían tirar para adelante si no fuera por ese maldito préstamo. Él solo sabía pilotar aviones y los doscientos mil euros del banco para su licencia no se pagaban cogiendo naranjas.
- ¿Y si os unís? A uno o dos pueden machacar, ¿pero a todos?
- ¿A todos? Eso es lo más deprimente. ¡No te haces una idea de la cantidad de nazis que hay ahí fuera! ¡Y ellos ni siquiera son conscientes!
Lola hubiese querido contradecirle aunque solo fuese para engañarse a sí misma, pero la triste realidad es que ella había llegado a la misma conclusión en su hospital. Al principio ambos tranquilizaban sus conciencias con el cuento infantil de salvar al planeta, pero cada vez les resultaba más difícil. Mario se preguntaba que cómo era que después de tantos años y cada vez con más intensidad, las cosas, en vez de mejorar, iban a peor.
- Si es para el bien de la Tierra ¿por qué no lo dicen abiertamente? ¿Por qué lo siguen ocultando? ¡Hay que ser muy tonto para creerse toda esta trola!
- ¡Por eso mismo! Tus compañeros se sentirán igual que tú – saltó Lola como náufrago que ve tierra.
- Eso pensaba yo – y se quedó mirándola con ojos perdidos mientras negaba lentamente con la cabeza.
Mario le contó que cuando empezó a perder el equilibrio sobre el guindo tanteó a varios compañeros para darse cuenta de que ellos no querían ni pensar en el tema. Luego fue descubriendo que algunos de ellos incluso disfrutaban con lo que hacían.
- ¿Pero cómo va a hacer eso? A ellos también les afecta. ¿Y sus mujeres, sus hijos?
Mario, apoyando los codos en la mesa, se tapó la cara durante un rato, y al final suspiró fuerte.
- ¿Cuántos médicos fuman como carreteros?
A Mario siempre le había llamado la atención las historias de ejércitos en retirada, en especial la caída del régimen nazi. Cómo soldados que habían cometido todo tipo de tropelías invadiendo la tierra de otros, cuando cambiaba la suerte y comenzaban a retroceder, seguían martirizando a quienes se encontraban en su huida, violando mujeres, matando a niños y viejos, quemando sus casas y campos. No conseguía entender que esos monstruos no fueran capaces de arrepentimiento y siguiesen cavando su perdición ante las mismas puertas del infierno.
Mario rio con desgana y se levantó despeinándose con ambas manos como si el gesto le ayudase a olvidar todo aquello.
- No, somos muy cortoplacistas. Si ahora lo gano bien, ¿qué más me da? Mañana ya se verá. Hoy me forro y me divierto. ¿No es la superpoblación nuestro peor problema? Siempre creemos que habrá un antídoto para nosotros. ¡Una mierda! Eso es lo que hay y eso es lo que somos.
Lola se levantó y lo abrazó con fuerza. No sabía que decir. Ella misma se sentía en el bunker con los rusos entrando en Berlín.
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La práctica de esta vigésimo quinta semana de curso, consiste en usar la técnica del subtexto. Tenemos que escribir un relato donde el tema principal no se mencione explícitamente. Como con todo código oculto, el problema del subtexto es que el lector debe estar, de alguna manera, iniciado en el tema (la imagen de la entrada no es parte de la práctica). Para alguien que siga creyéndose las patrañas de los meteorólogos (mienterólogos, diría yo) de la televisión y no observe con horror los cielos de nuestros días, mi relato le dejará desconcertado. Quizás piense que es un asunto de tráfico de drogas o armamento. ¡Qué se le va a hacer!
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