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Fuentetaja: El tragaluz

El enunciado de la práctica de esta décima semana de curso dice así:


"Siguiendo como modelo el texto de Raymond Carver(1), y recordando la película de Alfred Hitchcock, vamos a situarnos como espectadores de una ventana a través de la cual vamos a narrar la cotidianidad. Es decir, aquello que vamos a contar, tal y como hace Carver, no va a basarse en un hecho poco frecuente, en algo excepcional o fantástico, sino que vamos a conseguir hacer un relato con lo que podría pasarle a cualquiera, con lo trivial".


Lamentablemente, no leí este enunciado antes de ponerme a escribir y se me olvidó, o no presté la suficiente atención cuando se dijo en clase, que debía narrar algo cotidiano, simple, sencillo. Como práctica literaria, es mucho más difícil hacer algo interesante de lo anodino que escribir sobre hechos de por sí llamativos. No obstante, salvando la distancia temporal y el hecho de que no todo el mundo era un caballero digno de ser encerrado en una torre en aquellos tiempos, mi relato si que cumple, con la exigencia de narrar hechos simples que pueden pasar todos los días al otro lada de una ventana.


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El tragaluz.


Amanece y la húmeda oscuridad se va diluyendo con la tenue claridad que entra por el único tragaluz de aquella celda. Tragaluz que se yergue a varios pies por encima de la cabeza del reo.


- ¡Gracias a Dios que por fin nos manda buen tiempo! ¡Cuánto azul está pasando! ¡Y qué blancas son las nubes! ¡Por fin nubes blancas! Ya creía que solo vería esa panza de burra soltando agua en lo que me queda de vida. ¡Uf! el frío arrecia cuando clarea pero ¡qué alegría volver a ver ese azul y ese blanco otra vez! Harto estoy del gris oscuro de estas piedras, esos barrotes y las putas ratas.


Pasan las horas agradablemente lentas y el preso se regocija en el espectáculo de esas nubes de algodón flotando a la deriva sobre el celeste intenso del firmamento.


- El viento también se está echando ¿O es que ya ha acabado con todas las hojas y ramas? Ya creía que eran las únicas cosas que volaban en esta tierra.


La calma le envuelve y le trae de vuelta imágenes de su vida al servicio del Rey.


- ¿Quién me iba a decir a mí, que después de cabalgar por todos los reinos de España(2), por montañas y llanos, por mesetas y valles, por playas y marismas, que mi mundo se reduciría a esa mierda de ventanuco?


La mañana está llegando a su culmen y un tímido rayo de sol se cuela por el borde oriental del tragaluz destapando a su paso el enjambre de motas de polvo que la umbría de la celda ocultaba a sus ojos.


- Cada vez se espacian más las nubes. ¡Coño! Un rayo de sol. Ya ni me acordaba de cómo calienta ¡Qué gusto!


Tras meses de viento, truenos, repiqueteo de agua y granizo, el silencio, regalo de esta mañana plácida, se rompe con los graznidos de aves migrando en formación.


- ¿Patos? No, son ánsares. ¿Se van? ¿Ya estamos en abril? Pero si no ha parado de diluviar desde que me encerraron. ¿Era septiembre u octubre? Ahí fuera debe ser todo agua y fango.


Cerrando los ojos, disfruta del sonido de los gansos cuando el frío vuelve a golpear su cara. Sus párpados pierden el resplandor rojizo que los calienta y oscurece de pronto.


- ¡Maldita sea, se fue el sol otra vez! Más que tragaluz es una rendija. Ahora que empezaba a sentir alivio en mis huesos. Ya casi no se ven nubes. Parece que el cielo nos da tregua por fin.


Al poco, la paz de este primer día de primavera se ve perturbada por un ruido prolongado y secamente estridente.


- ¿Qué es ese ruido? ¿Un carro descargando tablones al suelo?


Aguzando el oído se distingue voces, cascos de caballos y el chirriar de las ruedas de un carro maniobrando. Al poco, el ruido caótico se torna rítmico e intenso.


- Parecen martillazos. ¿Clavan tablones? Sí, están clavando maderas. Parece que estaban esperando a que amainase para realizar algún acto al aire libre.


Aguza el oído para tratar de localizar el sitio.


- Yo diría que suenan en el patio trasero de la fortaleza. ¡Qué raro! El patio trasero de la fortaleza…


El reo se despierta tras no sabe cuánto tiempo. Ni siquiera ha caído al suelo. Se quedó como petrificado de pie y, al momento, no recuerda nada.


- ¡Caramba! Si ya es de noche ¡Cuántas estrellas! Ni me acordaba de cómo eran. ¡Y qué frío, Dios mío! ¿Qué me ha pasado? ¿Por qué estoy de pie?


Trata de recordar qué había pasado aquella tarde y el resplandor de las estrellas le pone sobre la pista. Hacía muchos meses que no las veía.


- El sol. Por fin tenemos sol, y los ánsares, y… ¡No, Dios, no! ¡No puede ser! ¡El patio trasero! ¡Donde ajustician a los reos!


Nadie recuerda haberlo visto llorar antes y él mismo se estremece al sentir humedad sobre sus mejillas.


- ¡Madre! Déjeme ver el sol otra vez.


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(1) ¡Habráse visto…! Raymond Carver


(2) Por desgracia, no hay parcela de la vida que no esté impregnada del hediondo tinte ideológico del globalismo: políticas de género, lenguaje inclusivo, prohibición de mención de razas salvo si es para denigrar a la blanca, etc. Nuestra querida profesora, de la que no tengo quejas en lo que a trato personal y técnica de escritura se refiere, está, no obstante, fuertemente comprometida con este movimiento suicida y, quitando una sugerencia sobre la necesidad de poner al lector lo antes posible en situación, solo me afeó el uso de la palabra España en un texto ambientado en la edad media. Según le entendí, en esa época no existía el término España y algo más tarde, se empezó a hablar de Las Españas. Mostré mi desacuerdo pero dejé claro que no quería discutir sobre el tema. En esta versión retocada y ampliada (la presentada en clase se limitaba a los monólogos del personaje) he mantenido el término por estar absolutamente seguro de lo errado de sus indicaciones. Como prueba de ello recojo aquí algunos pasajes de escritos antiguos donde se menciona a España. Están sacados de la sección “La conciencia común de España” del libro de Jesús Laínz “Adios España. Verdad y mentira de los nacionalismos”.


a. “Ab llurs enormes pecats perdrem, ¡o, dolor!, l'Espanya: los comtes e reys ab lurs inmortals virtuts la recobraren” (Con sus enormes pecados perderemos, ¡o, dolor!, la España: los condes y reyes con sus inmortales virtudes la recobraron). Pere Tomich, autor de la primera mitad del siglo XV, sobre el rey Don Rodrigo y el Conde Julián.


b. “Sennor te dexo de toda la tierra de la mar acá, que los moros ganado ovieron del Rey don Rodrigo de Espanna; et en tu señorío finca toda: la una conquerida, la otra tributada”. Fernando III el Santo (1199-1252) en su lecho de muerte dirigiéndose a su hijo Alfonso X según consta en Estoria de Espanna, escrita por iniciativa del rey Sabio.



 
 
 

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