Fuentetaja: El Retorno.
- Ludwig V. Burkes
- 10 jun 2023
- 7 Min. de lectura
Actualizado: 1 dic 2024
Líbero ojeaba divertido un libro raro de su abuelo dando exclamaciones de sorpresa a cada vuelta de página. La madre, que lo vigilaba atentamente para que no lo dañara, le dijo que era un comic futurista de hacía casi dos siglos. En verdad no lo había adquirido su abuelo, sino que lo heredó de su padre y éste del suyo, y así hasta no sabía cuándo. Líbero no dejaba de dar carcajadas al ver lo fantasiosa que era la gente en el siglo XX. La historia se ambientaba en el 2100 y cincuenta años después, la realidad era mucho más sencilla: los coches seguían teniendo cuatro ruedas y rodaban por carreteras; los aviones seguían pareciendo pájaros metálicos; la gente leía libros de papel con pocas ilustraciones y todos comían potajes y guisos a base de patatas, verduras, carne y esas cosas.
- Mamá, ¡cómo podían pensar que las cosas iban a ser así!
María le acarició la cabeza sonriendo y le dijo:
- Cuesta trabajo creerlo ¿verdad? Yo me reí igual que tú la primera vez que lo vi. Pero no te creas. Antes del “Retorno” las cosas llegaron a ser muy distintas a como son ahora.
Líbero abrió los ojos como platos y los clavó en los de su madre, mientras sonreía bobaliconamente con la cabeza ladeada. Era su forma infalible de sonsacarle y ella no podía resistirse.
- Pues verás. Los historiadores lo llamamos “la época de la supersticiencia”. Hoy en día nos resulta ridículo, pero la gente entonces creían que vivían el periodo más “veracista” de la Historia.
- ¿Veracista?
- Sí, que buscaban solo la verdad.
La madre le contó cómo el poder intelectual había pasado de la Iglesia, que buscaba comprender la obra de Dios, a los ilustrados, que pretendían comprender el mundo sin la necesidad de ese Dios: “Ellos hacían Ciencia con mayúscula”, remarcaba con sorna María.
La sonrisa boba de Líbero se fue acartonando hasta que las comisuras de los labios se arquearon ligeramente hacia abajo. La madre rompió a reír y, abrazándolo, le pidió paciencia. Como profesora de historia no podía evitar soltar el sermón entero. Líbero, claudicante, apoyó las mejillas en sus dos manos y fijó la vista en el techo: “Vaaaale”, dijo alargando exageradamente la “a”.
La madre le contó cómo la ciencia, al igual que el resto de la filosofía, había sido desde su nacimiento privilegio de las clases muy pudientes y que siempre tuvo un sesgo clasista e interesado. Los autollamados científicos, sin saberlo, buscaban más una justificación natural de sus prejuicios que otro cosa. Para mayor inri, el auténtico poder - los verdaderos dueños del mundo - crearon una ilusión de poder político que decía defender a la gente de los ricos pero que se limitaba a implementar una tras otra las herramientas de control de la gente. A través de ese poder político, y de una supuesta colaboración entre las grandes multinacionales y los académicos, la ciencia se volvió aún más un arma de los poderosos. A finales del siglo XX estaba tan tecnificada y diversificada que prácticamente nadie conocía sus verdaderos fundamentos, y las conclusiones científicas dependían de resultados de máquinas cuyas entrañas nadie conocía en su totalidad, ni los que las usaban. Con el siglo XXI llegó el “cree en la ciencia”, “sigue a la ciencia”, “no discuta a la ciencia”, y la ciencia se quitó por completo su máscara de objetividad.
Líbero trataba de disimular su inesperado interés por el sermón que le estaba soltando su madre. Se esforzaba por aparentar hastío pues, después de todo, era un adolescente y, por ende, se suponía que esas cosas le aburrían.
- Mamá, ¿lo de la “supersticiencia” era porque la gente creía en supersticiones pensando que era ciencia?
María asintió con una sonrisa y, acostumbrada a detectar estos velados síntomas de interés en sus mejores alumnos, prosiguió con la técnica del "tira y afloja" de los buenos pescadores.
- A comienzos del siglo XXI ya hacía tiempo que la ciencia de las cosas grandes se había atascado. Los aviones, los coches, los barcos, las excavadoras, se parecían mucho a las de cincuenta años antes. Los cambios eran en los detalles, no en lo sustancial.
- ¿Te refiere a que eran como son ahora?
- Más o menos.
Tecnológicamente hablando, la vida en la Tierra, en pleno siglo XXII, había vuelto a 1960 solo que prácticamente todo el mundo disfrutaba de ese nivel, cosa que no pasaba ni por asomo en el siglo XX. La gente tenía electrodomésticos y automóviles con funciones básicas. Las telecomunicaciones se efectuaban por cables aislados para evitar los efectos de la radiación electromagnética. Los aviones, de hélices tardaban el doble en llegar a los sitios lejanos haciendo más escalas, pero la gente aprendió a aprovechar ese tiempo. Los mensajes electrónicos viajaban por cable hasta los aeropuertos y ahí se cargaban en memorias que viajaban físicamente en el avión. Cuando éste llegaba a otro continente o isla, los descargaba en la red local y todo seguía su curso. La gente leía menos basura electrónica y más obras en papel, pero sobre todo, se volvió a la comunicación oral.
María prosiguió:
- Pero en lo pequeño, la tecnología había avanzado bestialmente y tenían unos aparatos capaces de manejar cantidades bestiales de información, manipularla, seleccionarla, y con ellos controlar a todo el mundo.
- ¿Cómo nuestros móviles de ahora?
- Si y no. Los móviles de aquella época recibían la información por el aire, sin que tú pudieras hacer nada para evitarlo. Era todo mucho más oscuro que ahora, uno no podía controlar lo que hacían realmente. Además estaba la nanotecnología con la que querían controlar directamente nuestras mentes.
- ¿Y la gente no se daba cuenta?
- Sí y no. Es el problema eterno de las drogas. Tú sabes que te hacen daño a la larga, pero a la corta te alegran y divierten, y es muy fácil sucumbir a sus cantos de sirena. Todo el mundo, por hache o por be, se beneficiaba de todo eso, y nadie quería ser el primero en sacrificarse.
María le habló de dos novelas de la primera mitad del siglo XX que vaticinaban la esclavitud total de la humanidad: “1984” de Orwell y “Un mundo Feliz” de Huxley. La primera imaginaba que el control vendría por el látigo y la bota del poderoso pisándonos la cara. La segunda apuntaba a que el control total llegaría de la mano de la diversión y no del castigo. Ambos métodos se pusieron en práctica, especialmente en China, y se llegó a una combinación de juguetitos y látigos letal para la libertad.
- ¿Y qué pasó?
- Pues que cuando la gente estaba completamente enganchada a los placeres de la tecnología, a los dueños de la ciencia, creyéndose ya capaces de prescindir de la gente, les entró prisa y aceleraron su plan de reducción y control de la población algo más de lo debido.
- ¿La cagaron?
- Sí, pero por muy poco no lo consiguen.
Líbero seguía con los codos firmemente apoyados en la mesa sujetando su cabeza con ambas manos, pero sus ojos no perdían detalle de los gestos de María.
- Mamá ¿y por qué nadie habla del “Retorno”?
María sonrió tristemente. Le vino a su mente aquellos días en que ella se hacía la misma pregunta. Tras meditarlo mucho le dijo:
- Imagínate que un padre tiene que actuar con mucha violencia para enmendar el mal camino de un hijo que se ha echado a perder. ¿Tú crees que, a pesar de haber actuado bien y sacado a su hijo del fango, le gustaría hablar de ello?
Líbero creyó entender lo que le decía su madre pero no estaba dispuesto a perder la ocasión de conocer por fin qué había ocurrido en ese “Retorno”.
- Cuando la gente se vio viviendo en cárceles a cielo abierto – les llamaban ciudades de quince minutos -, que nadie pasaba de los setenta años, que no comían comida de verdad, solo insectos y proteínas sintetizadas por máquinas, que los niños morían por enfermedades de viejos, que el amor era un actividad de riesgo y que la población mundial había caído a la mitad, prendió la rabia y comenzó un periodo de extrema violencia donde se quemaron edificios con sus ocupantes dentro.
- ¿Qué edificios? – preguntó su hijo abriendo al máximo los ojos.
- Parlamentos, edificios del gobierno, centros de investigación, universidades. En fin, cosas que, por suerte, desde entonces no existen.
Líbero se quedó petrificado. Eran demasiadas cosas que no entendía y la imagen de edificios en llamas llenos de gente le dejó aterrorizado. Él sabía qué era parlamentar, gobernar y el universo, pero no alcanzaba a comprender que hubiesen edificios que albergasen esas cosas. María le dijo que se necesita mucho tiempo para llegar a comprender qué era todo aquello, pero que al final, se trataban de eslabones de la cadena de esclavitud. Para controlar a una piara, un rebaño, una comunidad hay que contar con la colaboración de los controlados. La mayor parte del trabajo sucio la hacen ellos mismos en contra suya.
- Mamá, ¿todo eso puede volver a suceder?
María se quedó callada un buen tiempo meditando su respuesta. Ella misma no lo tenía claro pero quiso transmitir esperanza a su hijo:
- Me temo que sí, pero mientras la gente siga creyendo que nadie, absolutamente nadie, tiene derecho a mandar sobre los demás estaremos a salvo. Los ejércitos con armas increíblemente poderosas, las legiones de personas investigando y desarrollando técnicas para esclavizarnos y exterminarnos con la excusa de que lo hacen por nuestro bien, las hordas de profesores para adoctrinarnos y aceptar nuestra propia perdición, todo eso solo era posible porque la gente se dejaba robar su riqueza concentrándola en manos de unos pocos. Si no nos volvemos a dejar, no habrá manera de que aquel infierno vuelva.
- ¿Solo con eso?
- Solo con eso.
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El la vigésimo octava semana del curso, se nos pide que escribamos un relato de ciencia ficción. He de confesar que es un género que me atrae muy poco, seguramente por mi incapacidad de alejarme mucho de la realidad tal y como la conozco. No obstante, he querido aprovechar la ocasión para esbozar mis temores sobre cómo pueden desplegarse los acontecimientos en un futuro no muy lejano. Personalmente solo atisbo dos escenarios posibles: la extinción de la humanidad tras el intento por parte de unos estúpidos muy poderosos de diezmar la población y esclavizar al remanente, convirtiéndose ellos en semidioses con la ayuda de la tecnología; o la supervivencia de seres humanos reales, con sus imperfecciones y grandezas, tras una revuelta anárquica o caótica (no es lo mismo, y desgraciadamente me temo que será lo segundo) que traiga consigo un cambio radical de paradigma en las creencias humanas.
Mi corazón se aferra a la segunda, pero mi mente me dice que ocurrirá la primera. En cualquier caso, en estos momentos me preocupa muy poco cuánto sobreviviré a esta distopía. Lo único que me preocupa es si caeré luchando en el bando de los buenos o no.
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