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Fuentetaja: El anillo.

Actualizado: 1 jun 2023

En la decimosegunda semana del curso, la práctica consiste en escribir un relato con un narrador testigo.

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El anillo.


“Du Ring an meinem Finger”, ¡Dios, qué tiempo hacía que no escuchaba esta canción! ¿Qué habrá sido de aquella pobre mujer? Me había olvidado por completo de ambas. Es curioso cómo hay experiencias que nos atan para siempre ciertas cosas o personas.


Hace veinte, o quizás treinta años ya, estaba un día esperando el metro, como todas las tardes, sentado en un poyete con la espalda y la cabeza apoyadas en la pared, la vista hacia arriba, sin mirar nada en concreto. Trataba de olvidar mi insípido y anodino día de trabajo escuchando “Amor y vida de una mujer” de Schumann. De pronto, mientras escuchaba “Tú, anillo”, me despertaron unos gritos de pareja peleándose. Venían por los pasillos de acceso a los andenes, caminando a paso ligero según se sentían las voces acercarse. Todo el mundo volvió la cabeza hacia la entrada del andén. Rápidamente aparecieron los dos, chillando, gesticulando, completamente al margen de cuanto les rodeaba.


A pesar de hablar español, no se entendía nada de lo que decían. Sus frases, entrecortadas con interjecciones y mezcladas entre sí, estaban llenas de pronombres inidentificados, o de vagas referencias insultantes del tipo “la hija de su madre”, “el chulo puta ese”, y cosas así. Todo apuntaba a un caso de celos enfermizos pero ni siquiera estaba claro quién era el celoso, o si lo eran los dos a la vez.


La gente dejó de mirarlos casi de inmediato como es costumbres en estas grandes ciudades. Yo, sin embargo, no podía quitarles los ojos de encima. Ella era muy bonita y claramente más joven que él, aunque su estilo no iba conmigo. Él trataba a veces de contenerla abrazándola con fuerza, respondiendo ella con aún más violencia física y verbal si cabe.


Al poco, se escuchó el metro venir por el túnel y volví la cabeza instintivamente para verlo llegar. A medida que el ruido del tren crecía, también lo hacían las voces de la pareja pero cada vez era más difícil distinguir sus palabras. Cuando volví a mirarlos, con el tren ya invadiendo la estación, vi que el hombre no estaba y la mujer miraba pasar las ruedas de los vagones por un punto fijo delante de ella sin parar de llorar a voces. Lo extraño es que nadie parecía inmutarse. Daba la impresión de que no había pasado nada, aunque en verdad tampoco estaba seguro de que hubiera pasado algo.


El tren se detuvo, abrió las puertas y la gente empezó a subir. Tras un corto instante mirándola, reaccioné y eché a correr para no perder el viaje. Ella siguió en todo momento mirando al mismo punto debajo del tren, aullando sonidos ininteligibles. Cuando aquello empezó a moverse, eché a correr hacia el fondo del tren tratando de ver qué era lo que ella miraba tan fijamente, pero no pude llegar a tiempo. Traté de tranquilizar mi conciencia diciéndome que hubiese sido imposible que nadie, ni siquiera el maquinista, hubiese visto caer una persona a las vías. Sin duda debía de ser otro el motivo por el que ella clavó su mirado en aquél sitio.


Unos días después, quizás semanas, la volví a ver. Vestía las mismas ropas y estaba sucia y despeinada. Andaba por la acera muy lento y con pasos irregulares. Balbuceaba cosas sin sentido. Me acordé de su pareja y pensé que nada trágico debió ocurrir aquella tarde porque lo habría sabido por la gente que coge el metro todos los días a la misma hora y en la misma estación.


La seguí de cerca a ver si conseguía entender algo de lo que decía. La mayor parte del tiempo no pillaba nada pero a veces se ponía a repetir lastimosamente una y otra vez “su anillo, su anillo, su anillo…

 
 
 

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