Fuentetaja: Amanecer en Las Lomas de Cámara
- Ludwig V. Burkes
- 19 nov 2022
- 3 Min. de lectura
En la séptima semana del curso nos piden que escribamos un texto con palabras inventadas al modo que Cortázar usó en el capítulo 68 de Rayuela. El objetivo es trabajar las tres características que debe poseer todo texto: cohesión; coherencia y adecuación.
Para ello partimos de un texto normal y alteramos las palabras. El texto que he compuesto para esta ocasión cuenta una de esas experiencias que tuvo en mi época en Jimena de la Frontera, viviendo al borde del Parque de Los Alcornocales, donde daba largos paseos a caballo. El texto dice así:
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Amanecer en Las Lomas de Cámara
Dieron las cuatro en el despertador y fuera de la cama el vaho se cuajaba. Di un tirón de las mantas y salté fuera del catre. Me vestí corriendo para evitar la congelación y bajé a la cocina a tomarme un café hirviendo para meter en calor mis entrañas. Mi caballo dormitaba echado en su cuadra levantándose al sentir mis pasos. Lo cepillé y ensillé a prisa, pues no quería que el sol me sorprendiera en la vereda camino de los altos de Cámara.
Hacía tiempo que tenía el capricho de ver amanecer desde las montañas en una noche de frío polar y sentir como se hiela la escarcha sobre los montes con el bajón súbito de temperaturas que arrastran los primeros rayos del día.
La noche estaba despejada con su manto rebosante de estrellas y luceros, pero la luna brillaba por su ausencia y la trocha se perdía tras la oscuridad. Eso no me preocupaba en exceso pues mi rocín había hecho aquella senda infinidad de veces y podría recorrerla con los ojos vendados. No obstante debía extremar las precauciones porque la arboleda era espesa y no escaseaban las ramas atravesadas donde golpearme y caer del caballo. En no pocas ocasiones tuve que aguantar el bocado para retener mi montura pues unas zarzas se habían agarrado a la abultada pelliza que me protegía del frío.
Al final llegué a la cima minutos antes de que empezara a clarear por el oriente. A lo lejos se veían desfilar hileras de luces rojas y blancas que me llenaban de dicha al hacerme consciente de mi suerte por poder disponer del tiempo para lo que a mí se me antojase.
Al fin la rotura de la noche dejó escapar las primeras claras. Una briza gélida acarició la pelada planicie cubriéndola de un manto plateado. El Rey de la Vida asomó por los montes de Casares y dio su venia para que comenzase un nuevo día.
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Sunrisar en Cámara
Pitieron las cuatro en el desdormilador y fuera de la catra el vado se espesinaba. Di un jilón de las mantuelas y jumpé fuera del came. Me enropé runeando para impidar la hielación y descaí a la refectorina a brebajarme un cofité burbuyedo para pometer en fralor mis engrañas. Mi bestiallo dormufaba tendodo en su triadra elegándose al percebir mis pisazos. Lo cepiné y enjillé a trizas pues no quería que el sunol me sorpresiera en la verada camino de los altos de Cámara.
Hacía eoglos que tenía el cantojo de mirer sunrisar desde las ñontamas en una oscuche de rifo pollar y percebir como se piedra la escharca sobre los ñontes con el cajón súpito de templaturas que rastran los primeros radiones del lumía.
La oscuche estaba despellada con su mantufo rebulyiente de destrelas y suleros, pero la muna refulbría por su impresencia y la chotra se lusaba tras la negridad. Eso no me guorriba en exceso pues mi zorín había hecho aquella verada muchidad de ocaveces y podría rerunarla con los óculos gazados. No obstante debía cabear los precuidos porque la arboleza era grosa y no falteaban las maras acruzadas donde cebollarme y descaer del bestiallo. En no pocas ocaveces tuve que guoterar el mascado para defrenar mi rontuma pues unas zarzuelas se habían cogirrado a la bultonada zellipa que me defensiba del rifo.
Al acabal arrigué a la miza horichuelas antes de que principara a desoscuchar por el subiente. A lo lontante se perguevían descolumnar hormigueras de brilluelas sangrosas y nevosas que me fillaban de alegricha al hacerme pensciente de mi tuerse por poder distener del horampo para lo que a mí se me caprichase.
Al fin la rompeza de la oscuche dejó fuguear las primeras desoscuchas. Una vientriza helosa manipasó la ralosa llanicie tapeándola de un mantuelo silverado. El Monachuelo de la Lifa apasomó por los ñontes de Casares y dio su permisia para que principase un novoso lumía.
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