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Fuentetaja: El examen.

Actualizado: 19 feb 2023

En la semana decimocuarta nos piden que escribamos un texto con diálogos interiores. Para practicar más el cambio de narrador, voy a usar los dos recursos literarios en este relato.

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Había llegado la hora. Aquel era el día que tanto temía Adrián desde hacía años. En casa, en el instituto, en todas partes le habían ido inculcando la idea de que sin una carrera universitaria no sería nadie. Además, tenía que ser en una universidad pública, porque según todos, las privadas venden los títulos y no es lo mismo. A Adrián nunca le cuadró en su cabeza que para las carreras más demandadas, se ofreciesen plazas con cuentagotas. Conseguir una era toda una Odisea. Había llegado la temida “Selectividad”.

Esperaba con mis compañeros cerca del aula asignada a mi instituto. Nos acompañaban dos profesores, el de matemáticas y la de lengua. ¿Por qué al acabar el curso, los profesores dejaban de ser unos siesos y se convertían en hermanitas de la caridad de golpe y porrazo?

Los amigos formábamos corrillos tratando de aparentar calma con conversaciones de guasa, pero en verdad estábamos todos cagados esperando que aparecieran los profesores del examen. Por fin se abrió la puerta y una mujer empezó a nombrarnos en voz alta para que fuésemos pasando al aula.

¡Bueno! Aquí estamos. Puto examen. ¡Mierda de Examen! Tenía que haberme quedado en casa repasando el “finde” pasado. ¿Qué se me perdía a mí en Chipiona? ¡Coño, que grande es este aula, y qué lento va esa tía! Está bien la “joía”. La Bego es más guapa pero ésta está más buena.

Adrián siguió rumiando pensamientos inconexos, tratando de olvidar para qué estaba allí. Fingía escribir en la banca con el bolígrafo encapuchado frases medio de amor, medio obscenas, dedicadas a Begoña, su profesora de Lengua, a la que creía amar desde que le diera clases en cuarto de ESO.

Por fin comenzaron a repartir los exámenes y a él le tocó la profesora de la puerta. Cuando le dejó el sobre pasando a su vera de atrás hacia adelante, se le quedó mirando por la espalda absorto por su figura y andares.

¡Sí que está más buena! La Universidad es cojonuda. Las profesoras son como la Bego o mejor. ¡Ay mi Bego! Te quiero, te amo, y tú me amas a mí. Me amas tanto que haces como si yo no existiese. ¡Mierda, el sobre! ¿Qué caerá? Un polvo con esa seguro que no. No vuelvo más a Chipiona. Virgencita, virgencita, si me apruebas te juro por mi amor a la Bego, o al culo de esa, que no vuelvo nunca más a beber mistela.

El examen dio comienzo y allí estaba Adrián leyendo y releyendo el enunciado de un problema de física. Por más que lo leía no podía penetrar en el significado del texto. Las palabras sí, las conocía todas, pero el texto estaba mudo, no le decía nada. Se agarraba a una palabra y no la soltaba tratando de exprimirla a ver si le daba la clave del conjunto. Sin saber cómo, el caso es que de pronto su bolígrafo comenzó a escribir ecuaciones y a hacer cuentas.

Dos, dos, dos, ocho, ocho, integro, integro, ¡coño que culo! Yo quiero ese culo, menos treinta y siete. Negativo, ¿negativo?, no, sesenta y nueve. ¡Sesenta y nueve! ¿Quién pudiera hacer un sesenta y nueve con “la Culos”? Con la Culos sexo, a la Bego la amo de verdad.

Al fin, se acabó el examen y todos salieron del aula. Adrián iba sonámbulo. Sentía que había vaciado por completo su cerebro y solo le quedaban las funciones básicas. Al traspasar el umbral de la puerta las vio allí delante, juntas, charlando amistosamente. La Bego y la Culos.

¡Se conocen! Parecen amigas. ¡No! No podré tener un asunto con la Culos sabiendo que es amiga de mi Bego. Eso sería traición cochina.

Begoña charlaba con la profesora sobre sus vivencias en el colegio. Habían estudiado juntas desde primaria hasta el Bachillerato. Entonces se distanciaron un poco y fue luego en la Universidad cuando perdieron el contacto casi por completo. Cuando Adrián salió a los pasillos Begoña lo miró con preocupación pues no tenía buena cara. La profesora, viendo la expresión de su amiga, también lo miró fijamente. El cerebro de Adrián perdió la poca sangre que le quedaba al ver a las dos con los ojos clavados en él. Hizo como que no las veía y pasó de largo sin mover un músculo de la cara.

¡Mierda, mierda, mierda! Le ha contado todo. Todo, hasta lo del sesenta y nueve. Adiós a mi Bego. Mala suerte. Muy mala suerte. Quiero mistela. Mistela negra, muy negra. Me voy a Chipiona.

Por la tarde, después de la siesta. Adrián se quedó quieto tumbado en el sillón pensando en las dos. Le inundaba una sensación doble. Por un lado de descanso al sentirse libre de su amor por Begoña. La vida se le habría por delante con todas las puertas abiertas. Por otro de remordimiento por su traición al amor de sus últimos cuatro años. No porque hubiese deseado a la Culos. No estaba tan paranoico como para confundir la fantasía con la realidad. Sencillamente le pesaba reconocer que la Culos era incluso más guapa que su Bego.

 
 
 

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