Fuentetaja: ¿Por qué mataron al doctor lin?
- Ludwig V. Burkes
- 27 nov 2022
- 3 Min. de lectura
La práctica de esta séptima semana consiste en narrar la muerte del doctor lin, personaje central de "Test de compresión" de Myla Goldberg. cuyo pdf pueden descargar en el siguiente enlace:
El relato debe ceñirse lo máximo posible al texto original de Myla Goldberg y mi versión trata de aclarar qué es lo que pasó dejando el porqué entre posibles conjeturas.
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El doctor Lin esperaba en su consulta la llegada del electricista con impaciencia. El circuito de fuerza debía tener una derivación y el diferencial saltaba siempre que se le intentaba rearmar. La cosa era preocupante pues los aparatos más importantes de su consulta estaban conectados a ese circuito: su ordenador, con todas las historias clínicas y su principal fuente de información; la nevera donde guardaba algunos medicamentos y; una caja fuerte electrificada con una parte refrigerada donde guardaba el dinero, ciertos documentos comprometedores y drogas, como anfetaminas, metadona y morfina, tan codiciadas por los drogadictos del barrio.
Precisamente esa tarde había dado cita a un joven chino conocido, enganchado a la heroína al que trataba de curar con remedios de su tierra. Era un buen muchacho, muy trabajador y buen estudiante. Lo malo es que cuando acabó el bachillerato, por problemas económicos en casa, se metió a trabajar en un taller propiedad de uno de los capos chinos del barrio y ahí empezó a juntarse con mala gente. Cuando se dio cuenta de dónde se había metido ya era demasiado tarde.
Últimamente el chico parecía responder bien al tratamiento y se mostraba tranquilo en sus visitas, pero con este tipo de pacientes nunca se sabe. Las recaídas son frecuentes y si viniese con mono necesitaría darle algo para calmarlo pero la maldita caja fuerte, tan sofisticada ella, no se abría y eso le preocupaba.
A la hora convenida llegó el muchacho. Iba acompañado de otro joven que se escondió a la vuelta de la esquina para que el doctor no lo viese. El paciente abrió la verja y caminó solo por el pasillo hacia la entrada de la consulta. El Doctor Lin lo vio acercarse y respiró aliviado por su aspecto tranquilo. Antes de que el joven llamara al timbre, el doctor le abrió la puerta.
Lin la cerró tras su entrada y se dirigió a su mesa mientras el chico colgaba su abrigo, indicando con la mano al enfermo que tomara asiento al otro lado de la mesa, pero éste se demoró un instante, lo justo para volver a abrir el pestillo de la puerta y dejarla encajada sin que el doctor se percatase. Cuando ambos se habían sentado y estaban intercambiando los saludos y preguntas de rigor, la puerta se abrió de golpe y entró el otro joven con la cara tapada empuñando una pistola con silenciador. Daba muestras de mucho nerviosismo, lo que chocaba con la posesión de un arma tan profesional.
El encapuchado le gritó al médico que le entregase el dinero, los documentos y toda la metadona y morfina que tuviese. Mientras tanto, el joven paciente escondía su cara entre las piernas y tapaba sus oídos con las manos, tratando en vano de mantenerse al margen de todo aquello. A pesar del miedo, pareció mostrar extrañeza por el énfasis que su compañero había puesto al referirse a los documentos, como si fuera la primera vez que él los mencionara. El doctor trató de explicarle al asaltante que eso no era posible porque la caja fuerte no tenía corriente y no podía abrirse. Cuando se volvió para mostrárselo, éste le disparó dos sordos tiros por la espalda. Fue un acto reflejo, sin una causa clara. Quizás creyó que se volvía a coger un arma o a pedir auxilio ¡De cuándo se enchufan las cajas fuertes!
El joven paciente, al oír los tiros, levantó la cabeza y vio con horror al doctor caer al suelo con dos agujeros en su espalda que comenzaban a sangrar. Después de intercambiar gritos y reproches, los dos jóvenes chinos salieron corriendo por la puerta. Un minuto después llegó el electricista, de complexión y rasgos de cara muy normales en Harlem, donde nació y vivió hasta que se mudó a este barrio en busca de clientes. Tendría unos treinta años escasos. No era la primera vez que visitaba al doctor Lin y cuando vio la puerta abierta se asomó llamándolo por su nombre. Al no recibir contestación entró y vio tras la mesa al doctor sobre un charco de sangre. Dio muestras de pánico y, como por instinto, salió despavorido a todo lo que daban sus piernas.
Poco tiempo después, cuando todo volvió a estar tranquilo, un coche estacionado desde horas antes al final del parque con dos ocupantes con pintas de policías arrancó el motor y se alejó de los alrededores sin llamar la atención de nadie.
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